Corrupción, tumor endémico del capitalismo

Enron
Por Xavier Caño Tamayo (*)

Contra el mito de que la corrupción es propia de países empobrecidos, los escándalos de Eurostat en Europa y Enron, World Com y otros en EE. UU. muestran que la corrupción es un tumor del capitalismo neoliberal, no cosa de pobres. Políticos, funcionarios, ejecutivos y altos empleados meten mano en la caja y se enriquecen ilícitamente. En su mandato anterior, Berlusconi promulgó leyes de inmunidad que le permitieron evitar condenas por varias acusaciones de corrupción y, años antes, turbias comisiones y apropiaciones indebidas habían ensuciado los últimos años del gobierno de Felipe González en España. Desde 2006, en Alemania, motor económico de la Unión Europea, la mayoría de grandes corporaciones han pasado por el banquillo de los acusados. Cajas ocultas, dinero negro, sobornos, engaño organizado y manipulaciones contables. Siemens, Daimler Chrysler, Volkswagen, Scherin, BMW, Henkel y Degussa, hasta dieciocho corporaciones tienen abiertos expedientes por manipulación y fraude. También las medianas empresas se apuntan a lo ilícito. No es de extrañar; hasta hace cinco años el dinero de sobornos pagado en el extranjero era deducible de los impuestos como gastos empresariales. Sólo la presión de la ONU, que veía crecer la corrupción, hizo que esa indignidad desapareciera del panorama fiscal alemán. Pero aún hay países europeos en los que pagar sobornos desgrava.


En este tiempo de auge del capitalismo neoliberal, de hegemonía de la privatización de lo público y de desregulación financiera, la corrupción se ha enseñoreado del mundo. No por casualidad. Según Rob Jenkins, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Londres, la llamada privatización de las economías ha multiplicado las comisiones, terreno abonado para la corrupción y, al privatizarse lo público, los compradores han competido por pagar más a funcionarios y políticos para llevarse el gato al agua.

Corromper es “sobornar con dádivas o de otra manera para conseguir un beneficio”, según el Diccionario de la Lengua Española. Pero más completo es que “corrupción es un abuso del poder público en beneficio personal y privado” y, también, “comprar y vender lo que de ningún modo debe estar sujeto a compraventa”. Corrupción es soborno, extorsión, malversación de dinero público y apropiación indebida. En la corrupción siempre hay dos, corruptor y corrompido.

Y junto a la corrupción, el ‘capitalismo de manos sucias’, neoliberal por supuesto, que incluye además fraude sistemático, engaño habitual y actividad criminal si se tercia. Es el caso de países de la desaparecida Unión Soviética, China, México, Indonesia o Brasil, sedes de capitalismo sucio.

En la raíz del aumento de la corrupción no sólo hay un auténtico sector de intermediarios que la facilitan y promueven, sino que el abandono de la dimensión moral que el capitalismo tuvo alguna vez; esa que según Adam Smith indicaba no ser admisible el enriquecimiento a costa de los conciudadanos. Pero aquí surgen voces que argumentan que la corrupción no hace daño a nadie, salvo a los tontos. Por supuesto, es falso. Como denunciara en su día James Wolfensholn, que fue presidente del Banco Mundial (probablemente el más decente que haya tenido esa organización), “la corrupción es una afrenta a los pobres, porque desvía el dinero hacia los más ricos”.

Finalmente hay que recordar que la corrupción y su creciente expansión tiene mucho que ver con ese invento de las grandes potencias democráticas: los paraísos fiscales, obra mimada del capitalismo neoliberal. Pues sin la opacidad, el secreto y la desregulación absoluta de los paraísos fiscales, corruptores y corrompidos lo tendrían más difícil para esconder su dinero sucio y tampoco podrían hacer sin temor negocios turbios con ese dinero. Pero los corruptos pueden estar tranquilos. Desde Liechtenstein hasta la isla de Man, Bahamas, Bermudas, Islas Vírgenes, Filipinas, Tonga, Panamá, Mauricio, Gibraltar, Mónaco, Araba, Fidji y un largo etcétera, bien vistos y protegidos por las organizaciones económicas internacionales, los paraísos fiscales aseguran la máxima opacidad y oscuridad a cientos de miles de operaciones electrónicas financieras que lavan y ocultan miles de millones de la corrupción y otros orígenes indecentes. El capitalismo sigue.

Al final, el viejo Karl (Marx, por supuesto) tenía razón cuando escribió que “todas las naciones capitalistas abrazan periódicamente el fraude, pretendiendo ganar dinero sin mediar proceso productivo”.

(*) Periodista
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