La esperanza de los niños africanos

Por  Paloma Escudero (*)

Siempre que se habla de África en términos estadísticos, se produce una profusión de datos y balances enfocados en la multitud de problemas que afectan a millones de personas en el continente vecino. Sin embargo, no saltan a la opinión pública con la misma fuerza las cifras de los avances registrados en África en las últimas décadas, las pruebas de que sus enormes dificultades tienen soluciones y la certeza de que se están aplicando con éxito.


El mundo entero ha progresado en supervivencia infantil. En la década de los sesenta, la tasa de mortalidad anual ascendía a 20 millones de niños menores de cinco años, pero en 2006, por primera vez en nuestra historia, esa cifra se quedó por debajo de la barrera de los diez millones. Es cierto que la mitad de esas muertes aún se producen en África, donde un promedio de 14.000 menores de cinco años pierden la vida cada día. A pesar de la dureza que encierra este dato, la buena noticia es que todas esas muertes se pueden evitar. En Eritrea, Etiopía, Malawi y Mozambique, la mortalidad infantil se ha reducido en un 40% desde 1990; en el norte de África, el descenso ha sido de un 84% desde 1970, y las defunciones por sarampión han bajado en más de un 90% en todo el continente.

Es posible alcanzar el Objetivo de Desarrollo del Milenio (ODM) de atajar las tasas de mortalidad infantil, fundamental para afrontar el resto de los objetivos fijados para el 2015: ¿qué sentido tendría abordar el ODM como alcanzar la enseñanza primaria universal si antes no hemos recortado al máximo la estadística de mortalidad infantil en los países en desarrollo?

Tenemos la llave, forjada con la acción en políticas públicas, la capacitación de personal y el desarrollo de organizaciones locales, tres pilares que sustentan la combinación esencial para poder implementar recursos en la acción directa con los niños y su entorno. Es esta suma la que ha conseguido ganar terreno a las estadísticas más terribles.

El sida, con 400.000 menores de 15 años infectados en 2007, encuentra cada vez más impedimentos para seguir adelante. Miles de madres portadoras del virus reciben tratamiento para evitar la transmisión a sus hijos y, para la esperanza de los menores que llegan a contraerlo, en regiones del Este y Sur de África, el acceso a retrovirales para menores de 15 años ha aumentado en un 5% en tan sólo un año.
La malaria, que mata a unos 800.000 niños al año, también retrocede, gracias a la distribución de mosquiteras impregnadas con insecticida, que tienen un coste de ocho euros el paquete de dos mosquiteras. Su distribución se ha triplicado en los últimos años en 16 países del África Subsahariana.

Los cientos de miles de muertes por diarrea han sido atajadas por intervenciones que propician el acceso al agua potable, a una higiene y un saneamiento adecuados, y a unos servicios de salud básicos. En Benín, el presidente anunció el año pasado la desaparición de las tasas en servicios de salud a mujeres embarazadas y a menores de cinco años; y en Ghana, ningún niño ha desaparecido a causa del sarampión desde 2004.

Reducir la mortalidad infantil no es ninguna utopía. La clave del éxito se puede cuantificar en la mayoría de los indicadores con los que Naciones Unidas mide el desarrollo humano, pero hay dos aspectos que no deben pasar desapercibidos. Uno, que el camino recorrido es producto de la suma de pequeñas y medianas alianzas de organizaciones de acción humanitaria con algunos gobiernos, con otras organizaciones del sector y con las comunidades y familias directamente afectadas. Y dos, que para seguir avanzando, es necesaria una alianza global, la supervivencia infantil debe entrar en la agenda de los grandes foros mundiales. Es la única forma, cambiar desde dentro, empezando por la acción de gobierno, y desde fuera, con el apoyo de organismos y foros internacionales.

Hoy, un niño que nazca en un país africano debe saber que tiene el doble de oportunidades de llegar a cumplir cinco años y que, además, el mundo ha descubierto la llave para conseguir que las generaciones futuras tengan cada vez más garantías de supervivencia.

(*) Directora Ejecutiva de UNICEF Comité español
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