Descalificación injusta de las ONGs

Por J.C.G.F (*)

Los voluntarios de la sociedad civil de algunas ONGs, que trabajan por la justicia y por el respeto de los derechos humanos en su lucha por un mundo más justo y más solidario, han tenido que hacer frente a campañas de descalificación por un supuesto “peligro que suponen las ONGs para el auténtico desarrollo de las poblaciones del Sur”.


Conviene recordar que el mayor número de voluntarios sociales de las ONG trabajan en los países del Norte sociológico para hacer frente a las injusticias y a la explotación de ancianos, inmigrantes, mujeres, niños, enfermos terminales y drogadictos, gentes sin hogar y sin recursos en unas sociedades cada vez más deshumanizadas.

Reducir las actividades de las ONGs a los proyectos que algunas desarrollan en países del Sur es una burda simplificación. Generalizar casos que suceden en algunos países del Sur es de una temeridad incomprensible. Se acusa a las ONGs de “ser un peligro para la democracia”, de no participar en las “luchas reivindicativas de los maestros”, de “minar el sentido de lo público” con sus proyectos de ayuda social, y de “apropiarse del lenguaje de la izquierda”.

Durante algún tiempo, se aplaudió nuestro apoliticismo y aconfesionalismo porque así no podrían aprovecharse de nosotros las confesiones religiosas que tradicionalmente desarrollaban muchas de estas actividades. Ni los tildados de ‘socialistas utópicos’ por el marxismo más montaraz. Ahora resulta que “las ONGs fomentan un nuevo tipo de colonialismo y de dependencia cultural y económica” y que “son postmarxistas”. Se salvan “una pequeña minoría que desarrolla estrategias alternativas en apoyo de la política de clase y del antiimperialismo”, en un fundamentalismo ideológico que tanto censuran en los neoliberales, en los neoconservadores y en todo lo que no suena con la música que a algunos les gusta dirigir desde sus cátedras.

No queremos militar en partidos políticos, en sindicatos de clase ni en ninguna confesión religiosa. Respetamos la libertad de los voluntarios sociales para que ejerzan sus derechos en cualquier opción democrática.

No hay que confundir los abusos de algunos miembros de ciertas ONG en varios países, que pueden servir de sucedáneos, de cortinas de humo para paliar las deficiencias de unos sistemas políticos que aceptan los ‘reajustes económicos’ del Banco Mundial o del FMI, reduciendo las inversiones en educación, en sanidad y en obras sociales fundamentales.

Es mentira que el formidable voluntariado social que ha movilizado a millones de seres “desde la década de los setenta está controlado por el Banco mundial, por el FMI, y por el imperialismo norteamericano y europeo”.

Cuando cientos de miles de jóvenes en Europa y en Estados Unidos, desencantados de muchas ideologías, decidieron asumir la causa de los más pobres, de los oprimidos, de los explotados y humillados por un sistema socioeconómico injusto, fueron mirados con desconfianza por las instituciones religiosas. Se creían que ese campo “les pertenecía”. También fueron sospechosos para los sindicalistas de salón, y no digamos para muchos ejecutivos de grandes multinacionales. La derecha los miró con desdén. ¿Acaso no tenemos nosotros, decían, la defensa del bien común, de la libertad que ofrecen el mercado y la democracia? Cuando comprendieron que asumíamos la solidaridad como respuesta a toda desigualdad injusta, cuando no nos contentábamos con dar de comer al hambriento sino que preguntábamos por qué los pobres pasaban hambre, cuando nos echábamos por millones a las calles de las ciudades, cuando vieron que constituimos una fuerza sociopolítica y cultural enorme, intentaron minarnos la transparencia de nuestro compromiso y la generosidad de la entrega.

La izquierda dijo que “éramos de lo suyos”, mientras se aprestaban a inventar ONGs para procurarse beneficios y prebendas. Las derechas hicieron lo mismo transformando sus fundaciones ideológicas en “sociedades apolíticas”. Mientras que algunas confesiones religiosas titulaban sus asociaciones como “no confesionales”, nosotros comprendimos que estábamos en peligro.

Por eso nunca quisimos respaldar ninguna protesta sin una propuesta alternativa, nunca quisimos abandonar la causa de los más pobres luchando contra la pobreza y denunciando toda opresión y mentira, viniera de donde viniese. Lo duro es comprobar que los primeros ataques provienen de quienes antes nos jalearon como los “nuevos ciudadanos de nuestro tiempo”. Pero no nos callarán porque millones de seres inocentes en el mundo nos lo reprocharían.

(*) Solidarios para el desarrollo
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