Un libro ha lanzado la hipótesis de que la reina Elizabeth I de Inglaterra murió siendo niña y fue reemplazada por un chico, según indicarían unos manuscritos y libros sobre la monarca.

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El estadounidense Steve Berry, autor del texto, postula que la princesa murió a los diez años en el pueblo de Bisley, Gloucester, donde fue enviada una temporada para evitar el contagio de la peste. Dos cortesanos tenían la responsabilidad de cuidarla, Lady Kat Ashley y el guardián Thomas Parry.

En ese tiempo, un descuido que termine en la muerte de la princesa era considerado traición y castigado no con una simple muerte, sino una precedida por tortura: los responsables podían ser arrastrados más de kilómetro y medio al patíbulo, donde serían colgados mientras se les abría el vientre y se les extraería las entrañas para colocarlas a la altura de sus ojos, que las verán en agonía, tras lo cual serían desmembrados y sus restos picados para alimento de las aves carroñeras.

El libro sostiene que la niña fue alcanzada por una fiebre y semanas de vómitos y sangrado que terminaron con su vida. Por el terror, sus cuidadores habrían tramado disfrazar de mujer a un chico un año menor que ella, quien hasta entonces había sido su compañero durante las últimas semanas.

Entonces Enrique VIII, obeso y con males crónicos, tenía 52 años y veía muy poco a Elizabeth, hija que tuvo con Ana Bolena, por lo cual no se habría dado cuenta del cambio. La menor era extremadamente tímida y tenía temor a su padre, quien había matado a su madre y no solía hablar delante de él.

El engaño entonces habría sido tramado en acto desesperado, entre una alternativa de huir del país o la cruel muerte que podía esperar a sus cuidadores y por la dificultad en encontrar disponible en el pueblo una niña de esa edad para el día siguiente, en que el rey iba a visitar a su hija. Además, Enrique VIII se desesperaba por asegurar una dinastía y además de esa hija sólo tenía a otra de 20 años y a un hijo de cinco, enfermizo.

Fue así que el impostor sería el niño llamado Neville, a quien obligaron a ponerse los vestidos de Elizabeth. Cuando llegó Enrique, cansado y adolorido, no se dio cuenta del engaño, en medio de la media luz filtrada por un roble, que entraban por las ventanas.

Un factor que les ayudó fue que pocos conocían a Elizabeth y los que la conocían no notarían el cambio después de muchos meses de su regreso. Ashley y Parry enseñaron a Neville a comportarse como una princesa después de enterrar a Elizabeth Tudor en un ataúd de piedra.

Los restos de la reina yacen mezclados con los de su hermana Mary en una sola tumba en la Abadía de Westminster.

Ya Bram Stoker, famoso por ser autor del libro Drácula, incluyó un cuento que narra la historia de un chico de Bisley, en el capítulo final de su libro Impostores. Stoker había escuchado historias de un ataúd encontrado por un clérigo en Bisley a principios del siglo XIX, el esqueleto de una niña con un rico vestido Tudor adornado con gemas.

Un deber de una reina era casarse y tener herederos, por lo que el voto de Elizabeth de permanecer soltera aunque el rey de España le ofrezca a su hijo mayor, además de llamarse la Reina Virgen, sin que se le conozca un amante, enmarcan en la trama. Su rechazo a una alianza matrimonial con España terminó en una invasión española a los ingleses en 1588.

Esta reina solía proclamar que era más un rey que una reina, “tengo el corazón de un hombre, no el de una mujer, y no tengo miedo de nada”, declaró. Arengando a sus tropas en Tilbury, mientras se aproximaba la Armada española, dijo: “Tengo el corazón y el estómago de un rey, y también el de un rey de Inglaterra”, lo que hace suponer a Berry que decía la verdad.

Berry narra que cuando Elizabeth llegó a la adolescencia le asignaron de tutor a Roger Ascham, quien estaba intregado por la conducta de su pupila. “La constitución de su mente está exenta de debilidad femenina, está imbuida de un poder masculino de solicitar... En general, el modo de su vida más se parece a Hipólita que a Fedra”. Con ello aludía a Fedra, la princesa enloquecida por la ninfomanía, y a Hipólita, la reina de las Amazonas.

Un retrato de Elizabeth de niña, atribuido al pintor cortesano William Scrots, la muestra con hombros angostos, cuello delicado, cara en forma de corazón y cabellos y cejas rojas. Tras ser coronada se le ve hombros anchos y el cuello cubierto con gruesas pieles, con peluca (sin la cual nadie podía verla), las cejas depiladas totalmente y mandíbula fuerte y cuadrada.

Todos los retratos posteriores son idealizaciones que la pintan como ella quería ser vista, no como era. Incluso el comisionado para su retrato oficial tras su muerte, Sir Robert Cecil, se ciñó a lo que se conoció como “La máscara de la juventud”, el rostro idealizado de la monarca que nunca envejecía, destaca el autor.

Los Tudor sospechaban que Elizabeth guardaba un gran secreto. Lord Somerset, el poder detrás del trono del chico rey Eduardo VI, coronado tras el fallecimiento de Enrique VIII en 1547, cuando Elizabeth tenía 13, recibió una carta de sus espías: “Estoy seguro de que Lady Ashley y Thomas Parry (el principal oficial de la corte) tienen un pacto secreto hasta la tumba. Si fuera el caso, la única persona que puede obligarlos a divulgarlo es usted y el rey”, comenta el libro, sugiriendo que sólo ellos dos podían torturarlos para que confiesen.

El autor cree que haber sugerido que Elizabeth no era hija del rey, después que regresó a la corte después de más de un año en Bisley, hubiese sido considerado traición, lo que pudo haber acallado cualquier comentario. Además, si alguien hubiese notado un cambio podría haberlo atribuido a su crecimiento, incluso el haber pasado a ser de una niña tímida a una adolescente impulsiva.

De niña era excepcionalmente brillante, aferrada a los libros y aprendía muy rápido de sus tutores. Después iba más lento en sus lecciones y ya no se mostraba muy lista, aunque sí dedicada. A su tutor le advirtieron hacer sus lecciones más breves. Roger Ascham comentó que la niña que antes absorbía como esponja ahora era como una copa llana que podía salpicar el vino.

Elizabeth fue encerrada con Ashley y Parry en la Torre de Londres por su hermana Mary para no amenazar el trono y cuando ésta murió a los 42 años, uno de los primeros actos de Elizabeth fue nombrar a Ashley Primera Dama de Recámara y así controló por los siguientes siete años todo acceso a la reina. Tras su muerte, Elizabeth nombró caballero a Parry, además de Consejero Privado y Controlador de la Casa Real, los cargos más ricos de entonces.

En su libro The King’s Deception, Berry insta a abrir la tumba en Westminster para verificar mediante prueba de ADN si en lugar de los restos de las dos hermanas reinas, uno de los esquelestos es masculino.