miguel angel rodriguez mckay 2Miguel Ángel Rodríguez Mackay                                             

La aprobación de la independencia de Ucrania que acaba de decidir debajo de la mesa el Parlamento de Crimea, avalando la pretensión rusa de conseguir su separación de Ucrania para luego anexarse a Moscú, no es garantía para legitimar ninguna escisión política. Más aún, el próximo referéndum al que han sido convocados los dos millones de crimeos carece de los presupuestos jurídicos consagrados en la Carta de San Francisco de 1945, para sostenerlo como verdaderamente democrático. En efecto, la referida Carta de la ONU establece entre sus principios el respeto a la libre determinación de los pueblos; sin embargo, refiere que esta solo es posible si acaso se realiza sin injerencias externas.

Lo anterior es una condición universal para sostener como válida una consulta popular de esta dimensión. Así, pues, el ingreso de soldados rusos en Crimea violando el principio de no intervención y la enorme y digitada influencia de Moscú sobre la península, más bien confirma el presupuesto de la ocupación de un Estado en otro —lo que hoy está unánimemente rechazado por el derecho internacional—, que es precisamente el acto que desnaturaliza e invalida de iure (de derecho) y de facto (de hecho) cualquier decisión colectiva como la que se busca en el forzado referéndum del próximo 16 de marzo, donde hay ausencia de libertad e independencia requisitos indispensables para el reconocimiento.

En efecto, basta recordar la opinión consultiva de la propia Corte Internacional de Justicia en el caso del Sahara Occidental. La Corte opinó que la libre determinación de los pueblos es un derecho colectivo fundado en la ausencia de injerencia externa, lo que difícilmente puede sostenerse con cerca de 25,000 soldados rusos dispersos por todo Crimea; además, existe y está vigente la Constitución del Estado de Ucrania, que es norma jurídica nacional que subordina cualquier decisión regional a una expresa voluntad del país en su conjunto.

El asunto de Crimea no ha sido, pues, una voluntad surgida espontáneamente desde su propio pueblo, aun cuando mayoritariamente es de origen ruso —desoyendo incluso los derechos de las minorías—, sino más bien la jugada de ajedrez rusa al perder control sobre Kiev y gran parte del territorio ucraniano luego del derrocamiento de Yanukóvich. La estrategia rusa sobre Crimea está fundada en la doctrina de Lenin -bastante sui generis por cierto- de que la libre determinación de los pueblos es lo mismo que el derecho colectivo a la escisión por una cuestión geopolítica, algo infundado en tanto Crimea forma parte de la unidad estructural de Ucrania antes que de Rusia, como se puede constatar con solo mirar un mapa de la región.

No. Aquí lo que está sucediendo es que Rusia, al advertir que no puede controlar políticamente a Ucrania desde Kiev apuesta desesperadamente por dividirla y está entrando en un hoyo sin salida que se le puede ir de las manos, porque sí puede provocar una guerra civil antes que un conflicto entre potencias como algunos creen. Estados Unidos no lo va a permitir, tampoco la ONU y China, que hasta ahora no dice nada como variable de poder regional, tampoco va a legitimar el plan B ruso y ganarse gratuitamente un enemigo económico internacional como es Washington, adonde va gran parte de sus exportaciones. Lo más probable es que Rusia sea estratégicamente impactada en su economía por varios frentes internacionales, y entonces su ajedrez pueda terminar con un enroque corto contra ella.

Correo, 15.03.2014