basilica de san pedroMiguel Ángel Rodríguez Mackay  ​

A propósito del importante papel desempeñado por el papa Francisco en la reanudación de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, conviene resaltar que se trata de un nuevo episodio en la larga y reconocida tradición de la Santa Sede de cumplir un rol facilitador en los arreglos entre Estados.

De hecho, hay muchos sucesos en las relaciones internacionales donde el Vaticano ha sido clave para que se produzcan consecuencias interestatales satisfactorias. Un requisito fundamental para hacer viable los medios de solución pacífica de controversias es la reputación moral del tercero interviniente. Nadie que carezca de ella podría tener eficacia en los arreglos. Los buenos oficios, la mediación, la conciliación, el arbitraje, etc. son medios de arreglo pacífico que han sido efectivos gracias a las calidades del tercer interlocutor.

Juega también un rol determinante la figura personal del tercero, su capacidad de consenso y su carisma, facilitando cualquier proceso en mesas de negociación tan herméticas como han sido las de Washington y La Habana, que por más de medio siglo tuvieron una relación congelada. El Sumo Pontífice delegó en dos expertos en negociación la cuota vaticana para lograr el restablecimiento entre los dos países.

Los cardenales Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede, y Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, purpurados muy cercanos al papa Bergoglio, fueron las piezas del Santo Padre en el acercamiento entre la superpotencia y la isla. Sin duda, el papa Francisco está en todas.

Tiene claro su quehacer como pastor de la Iglesia universal conforme al Evangelio de Jesucristo, pero también que es un jefe de Estado -rol reconocido en el Pacto de Letrán de 1929 con la República Italiana- y que, como tal, lo es de un Estado confesional que debe velar permanentemente por la paz mundial.

 Correo, 23.12.2014