Gaza: un baño de sangre inútil

Por Adrián Mac Liman*


En la primavera de 2008, los servicios de inteligencia militar egipcios advirtieron sobre la inminencia de un nuevo conflicto bélico. Se trata de una guerra sin tregua contra Hamas, el movimiento islámico palestino que gobierna en la Franja de Gaza. El discurso de los políticos israelíes recuerda la terminología empleada por el Presidente Bush. “Guerra total”, “operativo de larga duración”, “eliminación del peligro”, etc. En ambos casos, el enemigo es… musulmán; en ambos casos, el establishment político de los países agredidos no es ajeno a la creación de las agrupaciones que propugnan la yihad (guerra santa).


A finales de 1987, un amigo me confesó su preocupación por el resurgir de Hamas, organización religiosa creada en Gaza durante la década de los 70 y “resucitada”, desde los primeros días de la Intifada, por la inteligencia militar hebrea con el propósito de contrarrestar el peso de la laica OLP liderada por Yasser Arafat.

Las autoridades de Tel Aviv trataron de desembarazarse de la presencia de los islamistas en las instituciones palestinas. Tras los arrestos masivos y el cierre de los territorios, Israel exigió a la comunidad internacional la aplicación de un bloqueo económico contra la administración de Hamas. Pero las medidas afectaron más a la población civil que a la plana mayor del movimiento islámico.

En junio de 2007, las fuerzas del Presidente de la Autoridad Nacional, Mahmúd Abbas, trataron de derrocar al Primer Ministro Haniyé. El enfrentamiento acabó con la expulsión de los milicianos de Fatah de la Franja de Gaza y con la introducción de medidas de seguridad y orden público eficaces. Mientras la Franja seguía bajo el control de Hamas, Cisjordania estaba gobernada por la OLP. Una situación esta que favorecía los intereses de los políticos hebreos, partidarios de la atomización del poder en los territorios palestinos.

Los radicales de Hamas respondieron a los intentos de asfixia económica con una auténtica avalancha de misiles. Ante la imposibilidad de neutralizar la artillería de los grupúsculos paramilitares, Israel tuvo que negociar un alto el fuego con Hamas. Una tregua que no fue respetada por ninguna de las partes y que expiró el 19 de diciembre. Ante la negativa de los israelíes de reconducir el cese el fuego, la respuesta fue rápida y contundente: en pocos días, el brazo armado de Hamas lanzó alrededor de 200 misiles contra el territorio judío. La maquinaria bélica de Tel Aviv no tardó en ponerse en marcha. El operativo cuenta con el beneplácito de Bush y con el mutismo de su sucesor, Barack Obama.

Para los políticos israelíes, el éxito de este operativo militar condiciona el resultado de las elecciones previstas para el 10 de febrero, en las que los centristas de Kadima, liderados por la actual ministra de Asuntos Exteriores, Tzipi Livni, tendrán que hacer frente a la ofensiva de los conservadores del Likud, capitaneados por Benjamín Netanyahu, acérrimo enemigo de la paz con los palestinos. El actual líder conservador se enorgullece de haber modificado tanto el espíritu como la letra de los Acuerdos de Oslo, convirtiendo el documento firmado el 13 de septiembre de 1993 en la Casa Blanca en simple papel mojado. Ni que decir tiene que la vuelta de Netanyahu sería catastrófica para el ya de por sí moribundo proceso de paz.

Mientras Israel asegura que la ofensiva bélica contra los radicales islámicos, acabará con la derrota de Hamas, el movimiento religioso quiere desencadenar una nueva Intifada. Sin embargo, ambas partes saben que no queda más remedio que… negociar. Pero hoy por hoy, la luz no se divisa a la salida del túnel.

* Analista político internacional, Centro de Colaboraciones Solidarias