Un lugar al sol

Por José Carlos García Fajardo*


Antes de una década, la Unión Europea tendrá 50 millones de personas mayores de 65 años. Estas personas son las que más visitas hacen a los servicios médicos de la Seguridad Social y las que consumen más medicamentos, a parte de pasar más tiempo en sus casas durante los meses del crudo invierno europeo. Se incrementan el consumo de calefacción, afecciones respiratorias y reumáticas, depresión, soledad y la sensación de que la sociedad ya no las necesita.


Antes, estas cifras de jubilados por su edad o por las políticas laborales de las empresas se producían en los países más ricos del norte de Europa. Ahora, hasta los países europeos del Mediterráneo ya conocen ese fenómeno sociológico creciente y que preocupa a los responsables políticos que no saben cómo abordar ese problema del tiempo libre para esos ciudadanos. Nuestras sociedades no estaban preparadas para responder a esas demandas y se agotan las medidas de vacaciones subvencionadas y de actividades culturales para ese ocio impuesto que a muchos les resulta una carga insufrible.

No es casualidad que los médicos de cabecera detecten un aumento de enfermos en sus consultas que han somatizado su soledad y su sensación de impotencia. Las consultas se llenan de personas mayores que, en el fondo, anhelan hablar y ser escuchadas.

La desestructuración de las familias en la mayoría de los países europeos es una de las causas de que no haya sitio para los abuelos en los nuevos hogares. Estos están cada día más compuestos por una pareja con uno o dos hijos como máximo y que viven en viviendas maltusianas y llenos de hipotecas y de obligaciones para atender a las necesidades que la nueva cultura del consumismo les ha ido creando.

Ante este problema, se me ocurre lo siguiente: En España, Grecia, sur de Italia y sur de Portugal el espectacular desarrollo económico ha venido precedido por las remesas de divisas que los emigrantes de estos países enviaban desde Europa. A medida que el nivel de vida de esos países se acercaba a los del resto de la Unión Europea, los emigrantes regresaban a sus lugares de origen aportando saberes, costumbres, técnicas y capacidades que fueron imprescindibles para la formidable industria del turismo que se apoyó en el clima del Mediterráneo.

Los hijos de esos emigrantes, y aún ellos mismos, hablaban otras lenguas, vivieron otras costumbres y habían aprendido a respetar otras formas de convivencia. Se sentían próximos a muchas personas y sociedades que antes admiraban o rechazaban.

La ayuda que la Unión Europea prestó a estos países para mejorar sus infraestructuras, así como las mejoras en comunicaciones telefónicas, atención médica, facilidades bancarias y en las instalaciones de playas y de recreo fueron fundamentales.

Cientos de miles de matrimonios pensionistas empezaron a tener su segunda residencia en las islas Baleares, Canarias, Costa del sol y otros lugares similares de Italia, Portugal y Grecia. Esta reflexión se puede adaptar a los países emergentes del Caribe, Cuba y República Dominicana, entre otros.

¿Cuál era la riqueza fundamental que aportaban estos países en vías de desarrollo? El sol, el clima, el agua, los paisajes y el carácter abierto y acogedor de sus ciudadanos.

¿Por qué no se transforma el norte de África en instalaciones hoteleras de acogida para esos millones de jubilados europeos que podrían pasar casi la mitad del año disfrutando de este clima y de sus posibilidades?

Las visitas a los centros médicos así como el consumo de medicamentos se reducirían notablemente. El uso de carburantes para calefacciones descendería. El estado anímico y la felicidad de estos millones de personas mejorarían al tiempo que se beneficiarían del aumento de la capacidad adquisitiva con las mismas pensiones.

Cualquiera que haya viajado últimamente por Marruecos, Túnez, Libia y la misma Argelia pueden comprobar la creciente mejora de sus instalaciones hoteleras, culturales y de ocio en general.

Como sucedió en el sur de la Unión Europea, cientos de miles de puestos de trabajo serían creados en esos países para los naturales de los mismos. A diferencia de quienes tenían capacidad adquisitiva para una segunda vivienda, ahora sería posible organizarse entre los países de la Unión Europea y los del norte de África para construir otro tipo de instalaciones y desarrollar armoniosamente esa riqueza que alienta en las tierras y en las poblaciones de nuestros vecinos del sur del Mediterráneo. Al igual que a los vecinos sureños de Canadá y de Estados Unidos.

*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS

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