Por Xavier Caño Tamayo*

Conocedor del feroz caos de la confrontación entre narcotraficantes y México, Vargas Llosa ha escrito “esta guerra, feroz, ha dejado ya más de quince mil muertos, incontables heridos y enormes daños materiales (…)”. Y añade el pavoroso testimonio de Felipe Calderón, presidente de México, de que “los cárteles se han infiltrado como una hiedra en todos los organismos del Estado y los sofocan, corrompen, paralizan o ponen a su servicio. Cuentan para ello con una formidable maquinaria económica, que les permite pagar a funcionarios, policías y políticos mejores salarios que la administración pública, y una infraestructura de terror capaz de liquidar a cualquiera, no importa cuán protegido esté”. Para concluir que “es absurdo declarar una guerra que los cárteles de la droga ya ganaron”, porque hay otra solución que “consiste en descriminalizar el consumo de drogas, tal como sostienen The Economist y buen número de juristas, profesores, sociólogos y científicos en el mundo”.

Incluso Vargas Llosa está por la despenalización de las drogas, pero ni caso. 

Lo grave de la estúpida prohibición de las drogas es que sabemos desde tiempo las consecuencias de las prohibiciones de origen moral por la salud pública. Como escribe el filósofo Fernando Savater, “¿alguien cree de verdad que un negocio fabuloso, nacido precisamente de la prohibición de las drogas (sustancias que son deseadas por mucha gente), así como de la persecución de la venta de algo que quiere ser comprado, va a poder ser liquidado con prohibición y persecución?”.

Tenemos un esclarecedor antecedente en La Ley Seca de Estados Unidos (que prohibía las bebidas alcohólicas), derogada en 1933 por fracaso absoluto. Según el Senado que la derogó, las consecuencias de la prohibición fueron corrupción enorme, injusticia, la aparición de muchos más delincuentes más el establecimiento y fortalecimiento del crimen organizado.

Mientras se tramitaba la enmienda que derogaba esa ley, en 1933 se reunieron jefes de las mafias judía, italiana e irlandesa para elegir otra sustancia prohibida que sustituyera el alcohol que iba a ser legal. Arnold Rothstein, jefe de la mafia judía, aseguró que la prohibición de la heroína, decretada ese mismo año, los salvaría de los nefastos resultados económicos previsibles a causa de la legalidad del alcohol.

Además, la Prohibición en 12 años no consiguió que se redujera el consumo de alcohol; al contrario, durante la Ley Seca creció más de un 10% el número de bebedores en Estados Unidos. Al no haber control sanitario por el Estado de las bebidas alcohólicas, murieran 30.000 personas por ingerir licores con alcohol metílico y más de 100.000 sufrieran ceguera o parálisis parcial o total por la misma razón.

La irracionalidad de la lucha contra las drogas hizo escribir en 1986 a Antonio Pedrol Rius (hombre conservador que fue presidente del Consejo General de la Abogacía de España y de la Unión Iberoamericana de Colegios de Abogados) que “la guerra contra los narcotraficantes, tal y como se lleva con represión policial y judicial, se está perdiendo. Se lucha contra un monstruo económico que mueve miles de millones de dólares y corrompe. La única alternativa válida es darles la batalla en el campo económico. Vengo proponiendo reiteradamente que se declare la droga comercio del Estado. Se podrá comprar, pero se deberá adquirir al Estado. Si se vende a riguroso precio de coste, la competencia del narcotraficante, que vende a cien lo que le cuesta uno, será ruinosa”.

En 1998, más de 630 filósofos, escritores, jueces, juristas y políticos (entre ellos, 8 premios Nobel)  pidieron a la ONU despenalizar todas las drogas. Según ellos, la guerra contra las drogas causa más daño que el consumo y abuso de drogas. Incluso Milton Friedman (padre del neoliberalismo  extremo, poco sospechoso de izquierdismo) dijo que la guerra contra las drogas está perdida de antemano y propuso legalizarlas todas.

Pero quienes se nutren de los gigantescos presupuestos de la lucha antidrogas tienen mucho que perder con la despenalización. Y a los gobiernos les va de perlas ese enemigo a abatir en que se han convertido las drogas.

Tenemos prohibición para rato. Y crimen organizado, potente corrupción en muchos estados… Y, además, drogas a mansalva, porque hay pocas cosas tan inútiles como la lucha contra las drogas.

* Periodista y escritor
www.solidarios.org.es