Shay

Shay y yo acabábamos de pasar por un parque donde algunos niños estaban jugando al béisbol. Shay preguntó, “¿Crees que me dejarán jugar?”. La mayoría de los chicos no quieren a alguien como Shay en su equipo. Pero como padre, pensé que si a mi hijo se le permitiera jugar, esto le daría un muy necesario sentimiento de pertenencia y confianza de ser aceptado por los otros a pesar de sus carencias.


Me acerqué a uno de los niños del campo y le pregunté si Shay podría jugar. El niño miró a su alrededor para orientarse y dijo: “Estamos perdiendo por seis carreras y el juego está en la octava entrada. Creo que puede estar en nuestro equipo e intentaremos ponerle en el bate en la novena entrada”.

Shay fue al banco del equipo y, con una gran sonrisa, se puso una camisa del equipo. Al final de la octava entrada, el equipo de Shay anotó unas carreras, pero aún iba detrás por tres.

Al final de la novena entrada, el equipo de Shay anotó de nuevo. Ahora, con dos fueras y las bases cargadas, la posible carrera ganadora estaba en la base, y Shay era el siguiente en el bate.

En esta conjetura, ¿dejarías que Shay golpeara, regalando así su oportunidad de ganar el juego? Sorprendentemente, le dieron el bate a Shay. Todos sabían que era imposible que golpeara porque Shay no sabía como sujetar el bate correctamente.

Sin embargo, tal como Shay se iba acercando a la base, el lanzador, reconociendo que el otro equipo dejaba de lado el hecho de ganar por este momento en la vida de Shay, se movió hacia delante unos pocos pasos para lanzar la pelota suavemente para que Shay pudiera por lo menos tocarla.

El primer lanzamiento llegó, y Shay golpeó torpemente y falló.

El lanzador volvió a acercarse unos pasos hacia delante para volver a tirar la bola suavemente hacia Shay.

Tal como la pelota llegó, Shay la golpeó suavemente por el suelo y directo al lanzador.

El juego habría acabado.

El lanzador recogió la pelota y fácilmente podría haberla lanzado a la primera base.

Shay habría estado fuera, y esto sería el final del juego. Sin embargo, el pitcher lanzó la pelota por encima de la cabeza del primera base, fuera del alcance de todos los compañeros.

Toda la gente de la grada y los dos equipos empezaron a gritar: “¡Shay, corre a la primera! ¡Corre a la primera!” Shay nunca en su vida había corrido una distancia tan larga, pero llegó a la primera base.

Llegó apresurado a la base, con los ojos muy abiertos y con cara de asustado.

Todos gritaron, "¡Corre a la segunda, corre a la segunda!"

Cogiendo aliento, Shay con gran dificultad partió hacia la segunda, luchando emocionado por llegar a la base.

En el momento en que Shay se giraba hacia la segunda base, el jugador de la derecha tenía la pelota, era el más pequeño de todos, que ahora tenía su primera oportunidad de ser el héroe de su equipo.

Podría haber lanzado la bola a la segunda base para ganar, pero entendió las intenciones del lanzador, por lo que también, intencionadamente, lanzó la pelota alta y mucho más arriba de la cabeza del jugador de la tercera base.

Shay llegó a la tercera base, porque su adversario corrió a ayudarle y le gritó, “¡Corre a la tercera! ¡Shay, corre a la tercera!”

Así que Shay giró la tercera, los niños de ambos equipos, y los espectadores, todos en pié gritaban: “¡Shay, ve a home! ¡Ve a casa!”.

Shay llegó a home y fue aclamado como el héroe que golpeó el Grand Slam y ganó el juego de su equipo.
“Ese día”, dijo el padre suavemente con lágrimas rodando ahora por su rostro, “los chicos de ambos equipos contribuyeron a llevar un trozo de verdadero amor y humanidad a este mundo”.

Shay no llegó a vivir otro verano. Murió ese invierno, sin olvidar nunca que había sido el héroe.

Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias