Diversión totalitaria

Por Carlos Miguélez Monroy*


Con 25 años de edad, la periodista de deportes Sara Carbonero acapara más protagonismo en esta Copa del Mundo que muchos jugadores de fútbol. Transmite a nivel de campo los partidos desde Sudáfrica para Telecinco, la cadena de televisión de la que es subdirectora de deportes. El predominio del “entretenimiento” en los contenidos de esta cadena garantiza las elevadas audiencias.


Pero el nombre “Sara Carbonero” se conoce más allá de España por su noviazgo con Iker Casillas, portero de la Roja. Antes de partir a Sudáfrica, la periodista salió a dar explicaciones en varios programas de la misma cadena, confirmando el dicho en latín: excusatio non petita, acusatio manifesta.

Algunos medios internacionales han puesto en portada la foto de la periodista con el micrófono detrás de la portería donde novio calienta antes del partido. Después del primer partido de la Roja, la propia Sara Carbonero entrevistó a Iker Casillas.

Telecinco ha dedicado programas enteros a hablar de las declaraciones del director de la Asociación de la Prensa de Madrid, que cuestionó la ética de la decisión de enviar a Sara Carbonero a cubrir los partidos de la selección española. Cada vez que pueden, insinúan que sus acusaciones son machistas, dan fe de “la profesionalidad” de la periodista (qué van a decir, son compañeros de la misma empresa) y de su “brillante trayectoria”, aunque sólo tiene 25 años de edad. Tachan de machista al que se “atreva” a insinuar que su belleza y su morbo sentimental han influido en la decisión de enviarla a cubrir el mundial.

Esta anécdota se habrá olvidado cuando termine el mundial. Pero la intransigencia de una cultura televisiva cada vez más vulgar permanecerá mientras los ciudadanos sigamos consumiendo “lo que nos echen”, como si fuéramos ganado. Cabría preguntarles a las mujeres indignadas con las declaraciones contra Telecinco si también les parecen machistas las campañas publicitarias que utilizan a la mujer en entornos futboleros. Se han visto campañas en las que súper modelos aparecen cocinando o limpiando, sino dándole patadas al balón en minifalda, tacones y las piernas torneadas y bronceadas. Esto pasa como “igualdad de género” porque las mujeres aparecen haciendo “lo mismo que los hombres”. “Progresismo” puro.

Algunos ciudadanos consumen esa telebasura con tal de matar el tiempo, una de las obsesiones de nuestra época. Así se explica la omnipresencia del entretenimiento en todos los ámbitos de la vida. El slogan de una de las empresas de comunicación más grandes del mundo reza: “Educación, comunicación, entretenimiento”.

Muchos telespectadores prefieren soportar gritos e insultos que apagar la televisión. “Presentadores” que pretenden llamarse a sí mismos “periodistas” dotan de seriedad a los rumores sobre la vida personal de los “famosos” y a cuestiones que carecen de importancia más allá del morbo y la curiosidad. Por otro lado, las televisoras frivolizan con temas serios. Se multiplican las supuestas tertulias con políticos donde gana el que más alza la voz, pues ni siquiera se escuchan los argumentos de su adversario. 

Cada vez se ve a menos gente sin un iPhone, un iPod, los juegos de su teléfono móvil, las Blackberries y todo tipo de artefactos en su mano para “matar el tiempo”. El frenesí consumista que nos impone la televisión nos lanza en estampida hacia ninguna parte. El divagar sin rumbo, sin referentes y sin auténticos líderes conduce a una soledad y un vacío que muchos llenan con un consumismo alienante. Otros lo hacen con el trabajo, con el alcohol, con las drogas, con la vigorexia de los gimnasios, con la comida o con la telebasura que retroalimenta el consumismo. El silencio se hace insoportable cuando existe ese vacío.

Algunas personas dicen que ven esos programas “para no pensar” y para desconectar, como si uno pudiera ser espectador impasible y como si los millones de pixeles de la televisión no tatuaran nuestra retina y nuestra piel. Más que desconectar, la pobreza humana, la vulgaridad y los gritos de estos programas re-conectan a las personas a la dinámica de ruido a la que se han acostumbrado para seguir “matando” el tiempo. A pesar del entretenimiento totalitario, queda espacio para un silencio que está en la base de la escucha y, por tanto, de la construcción de auténticas relaciones humanas.

* Periodista y Coordinador del CCS

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