Apra: ¿crepúsculo terminal con fautor identificado?


por Herbert Mujica Rojas

Se pregunta con cristalina franqueza la ciudadana Ida Marquina cómo su partido, el Apra, supuestamente en el gobierno, declina el trabajo político de competir por la alcaldía limeña. Establece, con puntualidad loable y valentía, líneas ideológicas y doctrinarias de lo que ella aprendió desde muy joven en la colectividad que fundó desde el exterior Víctor Raúl Haya de la Torre. En la vorágine de una administración absolutamente desacreditada por navegar (como entre 1985-1990) en pantanos gigantescos de corrupción, al señor Alan García Pérez le toca “celebrar” en el gobierno el aniversario 80 del Partido Aprista acaso el crepúsculo terminal de la que él es fautor identificado e inconfundible.


Los hombres y mujeres que fundaron la sección peruana del Apra en setiembre de 1930 no lo hicieron para llenarse los bolsillos ni jamás creyeron que la política podía ser vil negociado culpable en que todos tuvieran precio y tarifa, desvergüenza y cobardías, manías traidoras y aleves. Todos los que quedaron en el camino por el destierro, el encierro o el entierro lucharon por la revolución de pan con libertad y con justicia social. ¡Cuánto podrían reclamar aquellos portavoces de la génesis de este movimiento a los mediocres que hoy están hundiendo lo que entonces edificaron!
 
Existen ciudadanos a quienes produce placer el naufragio de la nave aprista. Aspiran, luego de 80 años de frustraciones, a reemplazar el peso específico de un contingente humano que hizo de la fraternidad y la querencia su símbolo y pasaporte cívico. Importa sí señalar que esta caída honda no se produce por mano ajena sino por la propia y su autor y pertinaz adalid ha sido ¡qué duda cabe! Alan García Pérez.
 
El alanismo es la política de los logreros que miran en cada acción un dólar o un nuevo sol mal habido. Es un comportamiento que premia a los depredadores que no hesitan en traicionar hasta los más elementales principios de la convivencia ciudadana. Carece de legitimidad y sustancia, está huérfano de ética y responde a los intereses parroquiales de su principal capitulero que reina por ausencia y no por competencia. No poca de esta situación se debe al profundo conocimiento que sobre sus cófrades tiene aquél, que lee a diario prontuarios de fácil recordación pública y mediática y no hojas de vida con méritos ganados con fibra y mérito constante.
 
Resulta casi verdad imbatible sostener que el Apra, luego de 80 largos años, resiente la tarea destructora que se inició casi inmediatamente después de la muerte de Haya de la Torre, el 2 de agosto de 1979. No menos cierto es que muchos de los que participaron en esos desmanes, ilusionados de repente por luces efímeras y pseudoradicales, hoy están lejos de esos devaneos y son conscientes que ayudaron a quien no debían y que cargan su cuota culpable en los días corrientes.
 
¿Hay capacidad para revertir este nadir vergonzoso en el Apra? La respuesta la tienen aquellos incontaminados que aún aman una parte de su vida política y detestan lo que hoy es una maquinaria fría de puestos públicos cuyo único distintivo es la mediocracia instalada con un afán de saqueo y exacción inconmensurables.
 
¿Podrán los insurgentes cancelar un Comité Ejecutivo Nacional nacido al tropel de consignas y listas únicas y provisto de innombrables famosos por estar metidos en negociados e inmoralidades?
 
¿Cuántos pueden alzar la mano para prometer “jamás desertar” luego de haber incurrido en enjuagues por los cuales fueron echados de la cosa pública?
 
Toca a los apristas mismos forjarse una respuesta vibrante alejada de las ambiciones personales de figuración o poder efímero como lo es cualquier llegada a Palacio. Las experiencias de 1985-1990 y la del 2006 a la fecha, debieran enseñar la de pestilencias que hay que sortear para no contaminarse.
 
Son miles, en 80 años, los que sacrificaron la vida peleando por lo que ellos consideraban la revolución de izquierda democrática y de justicia social de pan con libertad. La sombra tutelar de Haya de la Torre, de los 8 marineros, de los caídos en Chan Chan, Huaraz, Cajamarca, Callao, Seoane, Orrego, Guerrero Químper, Luis Alberto Sánchez, Nicanor Mujica, Andrés Townsend, Manuel Arévalo, Manuel Barreto, de hombres y de mujeres del pueblo, merece el homenaje a su creación de fe y fraternidad.
 
A los palafreneros de la monra y el robo y que han destruido un instrumento de cambio para trocarlo en lo que es, la maldición que los pueblos saben dar a los entreguistas y deshonestos. Y entre ellos, con luces maléficas, destaca uno de contornos absolutamente destructores.

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