¡Despresidencialicemos el Perú!

por Herbert Mujica Rojas

A todas luces, dados los acontecimientos recientes y también otros de muy vieja data, la presidencia, no sólo del Perú sino también de casi todas las naciones latinoamericanas, constituye no un mérito sino más bien una presea, una pieza codiciada, la llave mágica para supuestas soluciones que no llegan nunca, que demoran lo indecible y que simbolizan los fracasos más estentóreos de nuestra política.

 

 

Entonces ¿qué debiera ser la presidencia en lugar de lo que es hoy?: apenas un puesto directriz, con responsabilidad administrativa y penal en caso de mala dirección y derroche de fondos públicos. Nada más que el estandarte de que hay un timón pero cuyos contralores tienen que ser como la mujer del César, no sólo serlo, sino también demostrarlo al escrutinio de la sociedad, del periodismo, de los organismos de control. 

Por tanto: ¡despresidencialicemos el Perú!  

La idea no es nueva, hace más de cuarenta años, cuando por segunda vez se dejó participar en comicios a Víctor Raúl Haya de la Torre, él propuso esta iniciativa, sin mayor éxito por cierto. Tal el fiasco que apenas ganó los comicios por una leve mayoría a su contendor Fernando Belaunde y el 18 de julio de 1962, los tanques relevaron del puesto a Manuel Prado, anularon las elecciones y Víctor Raúl no pudo seguir en aquella liza.

Hasta hoy lo único que hemos tenido de los personajes que han arribado a la presidencia, es una colección de desencantos, pasajeros y perennes, depresiones de la ética, violaciones flagrantes de la sindéresis ciudadana y una absoluta patanería según los estilos y las procedencias. Del régimen militar a Toledo, son varias las estaciones y los lustros, como muchos los vicios jamás superados.

Velasco imponía la voz de los cuarteles y a pesar de sus múltiples yerros, era un hombre de carácter. Belaúnde edulcoraba en poemas debilidades que le costaron mucho al país y a su pacificación. García elevó la oratoria a recurso grotesco porque la realidad le abofeteaba a diario con su tozudo perfil indomeñable. Fujimori fue un caco y un delincuente envilecido hasta el tuétano y representó poco menos que el cáncer más fétido del latrocinio. Toledo es un fenómeno vigente y controversial.

La democracia siempre ha sido un recurso manido de políticos cazurros. Jamás fue la expresión de los más, sino de los menos, castas blancas y radicaloides aunque a la hora de tomar decisiones siempre lo hicieran cuidando el bolsillo, las sinecuras y a los parientes. ¿Qué ha cambiado hoy? Todo sigue en lo mismo y eso es lamentable.

Despresidencializar el Perú significaría sólo encargar la primera magistratura a un capitán de equipo. Los hombres providenciales ya han muerto, todos sin excepción, y los que quedan han demostrado su estupidez a raudales. Entender que al Perú no lo sacan del hoyo unos cuantos charlatanes es la primera tesis que habría de fundamentar un futuro sostenido, científico, firme y realmente revolucionario.

Necesitamos hacer una severa reflexión. Navegar por aguas procelosas de océanos de miasma y pestilencia equivale a almirantes de pantanos y ciénagas. Si las generaciones actuales claudicaron por fracasadas, hay juventudes nuevas que advienen a la lid y al terreno. Seamos más limpios y más puros y dejemos a otros la posta si no nos sentimos capaces de dirigir un buen proyecto nacional.

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

 
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