No es tiempo para permanecer callados


Por Alberto Chirif


Los antecedentes son conocidos. Aprovechando facultades legislativas   otorgadas por el Congreso, el Ejecutivo se despachó con una centena de   decretos de diverso corte y que por cierto van mucho más allá del  objetivo  de la delegación recibida, que era adecuar ciertas normas  nacionales para  poder implementar mejor el Tratado de Libre Comercio,  suscrito por el Perú  con los Estados Unidos. Entre ellos, por ejemplo,  hay uno que exime de  juicio a los policías que maten o hieran civiles  "en cumplimiento de sus  funciones" y que permite la detención de  personas sin mandato judicial. Y  hay varios que la enfilan contra los  pueblos indígenas, que a lo largo de  años han conseguido que se les  reconozcan una serie de derechos, tanto en  el ámbito nacional como en  el internacional.


Los análisis jurídicos han sido ya hechos por muchos abogados, unos   especialistas en temas indígenas y otros en asuntos constitucionales  y, no  siendo nuestra especialidad, no queremos abundar en el tema que  ellos han  examinado con propiedad. Sobre el tema, recomendamos leer el  contundente  informe de Francisco Eguiguren, a quien nadie podrá acusar  de responder a  intereses políticos partidarios (humalista o cosas por  el estilo), ni  siquiera de tener vinculaciones con el movimiento  indígena. Hoy muchos  alegan que el gobierno debe mantener el estado de  derecho, pero pasan por  alto que el primero en transgredirlo ha sido  precisamente el gobierno al  promulgar leyes que no tienen nada que ver  con el TLC y que son  anticonstitucionales por violar el derecho de  consulta, por afectar  derechos reconocidos a los indígenas en la  Constitución y las leyes y por  derogar normas de mayor jerarquía.

La masacre acaecida el fin de semana anterior es consecuencia de una  larga  sucesión de agresiones, del Ejecutivo en general y del  presidente García en  particular, contra los indígenas, a quienes desde  el comienzo calificó de  "perros del hortelano", para indicar que  tenían recursos que no  aprovechaban, pero que al mismo tiempo no  dejaban que fuesen explotados por  otros. Los indígenas, que no tienen  porqué saber de refranes españoles ni  de hortelanos, recibieron el  mensaje claro de ser calificados como perros  por el presidente, y  lógicamente reaccionaron con respuestas escritas y  comentarios a sus  artículos, que de esta manera había comenzado a exacerbar  sus ánimos.

La gesta de los achuares del Corrientes en defensa de su salud y la de  su  medio ambiente comenzó una serie de protestas indígenas el año  2006. Frente  a ellas, el gobierno, al igual que ahora, al igual que  siempre, negó las  evidencias de contaminación y dilató asumir su  responsabilidad de defender  a sus ciudadanos. Sin embargo, la  irresponsable táctica de dilación para  cansar a quienes reclaman no  funcionó en este caso y los achuares,  exacerbados por el gobierno,  tomaron las instalaciones y, luego de una  situación tensa, lo  obligaron a asumir su rol. El acta de Dorissa, que  selló los acuerdos  de los indígenas con la empresa y el Estado para  comenzar a sanear la  zona (reinyectando las aguas de formación), recogiendo  los desechos de  petróleo acumulado en pozas y reconociendo demandas  sociales  (educación y salud, que por cierto no han sido atendidas) es   presentada por el ministro del ambiente, Antonio Brack, como una  muestra de  que la extracción minera y de hidrocarburos es ahora una  operación "limpia"  y que la contaminación es problema del pasado.  Mundo de fantasías el que  presenta el ministro, porque remediar los  estragos ambientales y recuperar  la salud de la gente afectada por la  presencia de metales pesados en su  sangre tomará muchos años y porque  en zonas donde la población no ha tenido  la fuerza de los achuares  para reivindicar sus derechos las cosas siguen  empeorando año a año.  El caso de Doe Run, en La Oroya, a la cual, por  cuarta vez, el Estado  le ha dado nuevo plazo para cumplir con el PAMA (Plan  de Adecuación al  Medio Ambiente) es significativo. Al César lo que es del  César, señor  ministro, y usted debe reconocer que los cambios que se han  producido  en el Corrientes se deben a entereza de los reclamos de los  indígenas  y no a la voluntad del gobierno, que más bien a aceptarlos hasta   último momento. Que el gobierno saque una lección de allí y no repita  como  cacatúa sus manoseados argumentos sobre indígenas manipulados,  intereses de  países extranjeros que no quieren que el Perú progrese y  otros por el  estilo.

Pero el gobierno no ha aprendido la lección. En este caso, otra vez el   gobierno ha apelado a la misma táctica de dilatar, de intentar aburrir  a la  gente, de pelotearla. Frente a los reclamos de AIDESEP ante el  Ejecutivo  para la derogatoria de los decretos, la respuesta fue que la  organización  tenía que hablar con el Legislativo, ya que el tema era  de su  responsabilidad. Y frente al pedido expreso de derogatoria ante  el  Congreso, formulado esta vez por la Comisión de Constitución y  avalado por  una demanda en este sentido de la Defensoría del Pueblo  ante el Tribunal  Constitucional, la mayoría legislativa respondió que  tenía que esperar el  resultado del diálogo entre los indígenas y el  Ejecutivo. Se trató de una  actitud evasiva, irresponsable y cobarde de  la mayoría parlamentaria.

La perfecta sucesión entre la negativa del Congreso para derogar los   decretos y el ataque al día siguiente a los manifestantes aguarunas y   huambisas que tenían tomada la carretera cerca de Bagua, habla acerca  de  una estrategia planificada por parte del gobierno. El Congreso no  esperaba  los resultados del diálogo entre los representantes indígenas  y el  Ejecutivo, tal como lo dijeron congresistas de la mayoría, sino  que  aguardaba la represión violenta de quienes habían capturado la  carretera.  Es también claro que la respuesta violenta del gobierno ha  sido para  adelantarse a la respuesta del Tribunal Constitucional, ante  quien la  Defensoría del Pueblo había presentado, un par de días antes,  la demanda de  inconstitucionalidad contra el decreto 1064.

Las mentiras después del asalto a quienes bloqueaban la carretera se   suceden y refuerzan día a día. El argumento de la manipulación  externa, que  culpa a los presidentes de Venezuela y Bolivia de las  protestas, o al líder  del Partido Nacionalista, es patético no sólo  por falso, sino porque es una  manera del gobierno de seguir evadiendo  su responsabilidad frente a las  causas que están en la raíz de las  protestas. La mentira no es buena  consejera, ni sirve para que la  gente asuma sus errores y busque soluciones  a los problemas. El mismo  presidente del Consejo de Ministros, Yehude  Simons, ha apelado a esta  estrategia en una reciente entrevista televisada,  al referirse de  manera indirecta que detrás del levantamiento indígena  estaba el  gobierno de Ecuador, con la finalidad de dañar la capacidad  productiva  petrolera del Perú y evitar la competencia. Siendo benévolos,   podríamos pensar que se trata de una expresión de ignorancia total  acerca  de lo que sucede en ese país, donde los indígenas atraviesan  por problemas  similares a los del Perú y protestan contra las  petroleras y contra el  gobierno con similar energía que en el nuestro.  Como ejemplos podemos  mencionar el juicio a Texaco interpuesto por los  cofanes, y las demandas de  los kichwas de Sarayaku contra la Compañía  General de Combustibles de  Argentina y de los shuares contra otras  empresas petroleras. Pero nos  cuesta trabajo pensar que gente que  gobierna un país pueda ser tan  ignorante, razón por la cual pensamos  que el argumento ha sido  maliciosamente diseñado para distraer la  atención.

La asociación de los reclamos con el terrorismo y el narcotráfico es   también otra burda mentira. A ninguna organización terrorista ni  dedicada  al narcotráfico se le ocurriría  levantar tal polvareda como  la originada  por las manifestaciones indígenas en gran parte de la  Amazonía, porque  sería un acto suicida quedar así al descubierto.  Sorprende escuchar al  señor Simons sumándose a este coro de  falsedades, dado que él mismo, hace  algunos años, fue víctima de  acusaciones similares, que logró superar  gracias a la solidaridad de  ciudadanos que denunciaron el atropello contra  su persona y al rol de  algunas instituciones, entre ellas, ONG y la  Defensoría del Pueblo a  las que ahora él desacredita.

Lo acaecido en Bagua es lamentable por la muerte de policías e  indígenas,  cuyas familias se han truncado y deben acostumbrarse a  continuar su vida  con esposas viudas y descendientes huérfanos. Luego  de más de una década de  violencia, el enfrentamiento entre peruanos es  algo que nunca debió volver  a ocurrir. Aunque no se trata de  establecer una competencia de muertos, las  noticias actuales nos  producen profunda desconfianza y pensamos que deberá  pasar un tiempo  para que se descubra la verdadera dimensión de esta  tragedia. El  gobierno deberá responder por la muerte de los indígenas y de  los  propios policías, a quienes mandó para resolver un asunto que debió   haber solucionado por la vía política y no de la represión armada.

Lo que sí es objetivo es que la violencia fue originada desde el  gobierno,  primero con los ataques del perro del hortelano, luego con  la promulgación  de decretos confiscatorios y, finalmente, con el  ataque armado empleando  armas de guerra contra población que sólo  tenía lanzas, como lo ha  reconocido el propio director general de la  Policía Nacional, general José  Sánchez Farfán, en una entrevista  televisada. También sobre esto se ha  mentido al decirse que los  indígenas dispararon contra un helicóptero,  cuando en realidad este  hecho sucedió en la zona del VRAE, a cientos de  kilómetros de Bagua, y  en un contexto en el cual, efectivamente, se  enfrentaba el Ejército  contra narcotraficantes. Voceros del gobierno han  distorsionando las  noticias buscando impresionar a la ciudadanía.

Todo acto de crueldad debe ser sancionado, pero antes hay que  probarlo, y  en las circunstancias actuales, con las noticias dominadas  por el gobierno,  no hay condiciones que garanticen la objetividad de  la información. Así  como circulan noticias de actos de barbarie  cometidos por los indígenas,  hay otras que refieren atrocidades  realizadas por la policía. Caer en su  difusión es colaborar a  confundir las cosas, en vez de buscar soluciones.  Sin embargo, el  gobierno y algunos medios están avivando antiguas imágenes  sobre los  indígenas que los presentan como salvajes y, a la vez,  aprovechando la  situación para declarar una caza de brujas contra el  movimiento  indígena y contra el presidente de AIDESEP, Alberto Pizango.   Presentarlo a él como responsable de la masacre de Bagua es absurdo.  La  incursión de la policía se realizó en el más absoluto secreto,  apenas unas  horas después de la mentira del Congreso de que esperaría  los resultados de  la negociación del Ejecutivo con AIDESEP. Su rol ha  sido actuando como  vocero de una posición definida por las bases. Ha  sido el gobierno quien ha  desencadenado la reacción de los  manifestantes al atacarlos con armas de  guerra.

Para aguarunas y huambisas la agresión externa y la venta de sus de   recursos por el gobierno a empresas extranjeras no sólo está en la  letra de  los decretos como posibilidad futura, sino que es algo que ya  se plasma en  la realidad. Desde hace un par de años, el gobierno ha  firmado contrato con  HOCOL para explotar recursos petroleros en parte  del alto Marañón, sin  haberse dado la más mínima molestia para  intentar consultar la medida antes  de tomarla. Por otro lado, la  empresa minera, Dorato Perú, subsidiaria de  una transnacional  canadiense, se ha instalado en la zona de la Cordillera  del Cóndor con  la finalidad de explotar oro. El Ministerio de Energía y  Minas ha  dicho que ella no tiene permiso para trabajar allí, pero tampoco  ha  realizado ningún esfuerzo por echarla. Como ha denunciado el  periodista  César Hildebrandt y un especial de La Primera hace apenas  una semana, esta  empresa, que opera en zona de frontera vedada por la  Constitución a  extranjeros, tiene como gerente general nada menos que  a Carlos Ballón,  asesor principal en cuestiones de minería del plan de  campaña del actual  gobierno.

Aguarunas y huambisas son culturas de antigua tradición guerrera, con  gran  capacidad de unión frente a agresiones externas, como lo han  demostrado a  lo largo de la historia. Lo que está sucediendo ahora es  muestra de eso y  el gobierno debería saberlo a fin de detener su  irresponsable cadena de  provocaciones que puede generar situaciones  nefastas para el desarrollo de  la paz en el país.

Aunque es difícil que en las condiciones actuales el gobierno  rectifique su  accionar y acepte su responsabilidad en todo este cúmulo  de barbaridades,  debemos pedir que haga eso como única manera de  plantear condiciones claras  y sanas para el diálogo con los pueblos  indígenas.