Alan García y la pérdida de institucionalidad. La necesidad de censurar a Yehude Simon


Por Juan Sheput


La sonrisa es la máscara de los confundidos o de aquellos que no saben qué hacer. Que el premier Yehude Simon indique que se presenta al Congreso con una sonrisa en los labios es la principal demostración de lo desubicado que está.

 

Yehude Simon y su permanencia significará que la situación del país se deteriorará aún más. No se necesita un premier al cual no le interesa perder dignidad a cambio de ganar en popularidad. Siendo sus deseos el ser candidato presidencial el premier Yehude Simon no dudará en ceder y conceder a cambio de dar una imagen triunfadora en medio de la convulsión social.


Con la presencia de Simon el país pierde a pasos acelerados institucionalidad. No hay reglas de juego permanentes, que nos conviertan en un país predecible. Se cambia como la veleta en la dirección del viento del reclamo social. Aunque suene paradógico el premier cuenta con el apoyo de editoriales como los del diario El Comercio, que también cambia de posición según la coyuntura. Se piensa en la persona, no en la institucionalidad. En aras de una falsa gobernabilidad se alienta el estado de confusión, una situación de incertidumbre, a la cual nos ha llevado el propio Alan García y su gabinete en su totalidad. ¿Qué autoridad moral puede tener un diario como El Comercio, incapaz de sostener sus principios por sobre la coyuntura?

Hay una serie de hechos que ameritan la caída de este gabinete. Las mentiras de Mercedes Aráoz (pobre país que tolera a una ministra que miente) indicando que el TLC con Estados Unidos se venía abajo si se derogaban los decretos legislativos de la selva. El aislamiento diplomático, producto de una errada conducción de la Cancillería en manos de funcionarios que nunca merecieron estar en el primer nivel de la dirección de nuestras relaciones exteriores. El inmovilismo y desánimo de nuestras fuerzas armadas, que han caído en manos de expertos en ventas, hipotecas y tributación. La desmoralización de nuestras fuerzas policiales, que asisten al triste espectáculo de escuchar como su propia ministra del interior les echa la culpa de las intervenciones trágicas. La sangre en las pistas, con un ministerio como el de transportes que no ha hecho ningún esfuerzo serio por revertir un problema complejo. La presión sobre el Poder Judicial, liderada entusiastamente por la ministra de justicia. Una educación abandonada, liderada por un comerciante de la instrucción universitaria. Una economía a la deriva, que proyecta futuros posibles sobre la base de cifras maquilladas. Y así por el estilo.

El Perú, señores, no merece estar en manos de gente que demuestra que no está a la altura de las exigencias de la República. La Constitución histórica contempla la censura para librarnos de ciudadanos que no entienden de la magnitud de su responsabilidad o que no muestran la capacidad necesaria para ejercerla.

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