Puños de seda en guantes de hierro

Por Carlos Miguélez Monroy*


En varios países se han vuelto frecuentes las conductas violentas de niños y jóvenes. Se extiende el acoso escolar entre compañeros, se reproducen los casos de agresiones de hijos a padres y de estudiantes a sus profesores. En algunos medios, se habla de la docencia como una profesión “desvalorizada”. Algunos profesores les tienen miedo a sus alumnos y a los padres de éstos, pues en ocasiones agreden a los docentes por “atreverse” a “inmiscuirse” en la educación de sus hijos.


En casos más graves, se trata de asesinatos premeditados, violaciones en grupo a niñas adolescentes, palizas grabadas en los teléfonos celulares, actos vandálicos para “reivindicar” una supuesta “libertad” sin respetar los derechos y las libertades de los demás.

Muchos medios de comunicación llevan a sus programas rosas a periodistas y “expertos” que se insultan y reivindican sus ideologías sin escuchar los argumentos de su adversario. En estos hervideros nacen propuestas como la de rebajar de edad penal en España de los catorce a los doce años, mientras está castigado por la ley darle a un hijo una bofetada.

“Quienes han prohibido el cachete no siempre se oponen, sin embargo, a enviar a la cárcel a menores de edad si éstos cometen un delito de consideración”, opina el escritor y periodista español Javier Marías.

Propio de este “reino de la contradicción”, las conductas vandálicas se dan más en clases medias o adineradas que en las clases marginales, con otro tipo de problemas y de violencia. “Son aquellos a los que se ha podido y querido mimar; si no afectiva, sí económicamente”, comenta el escritor.

La tendencia “posmoderna” a suprimir lo que huela a castigo o que consista en contrariar a un joven puede engendrar generaciones con nula resistencia a la frustración y al fracaso, esenciales en el crecimiento de las personas. En algunas instituciones educativas de prestigio ya no se publican las calificaciones de los alumnos para evitar experiencias llenas de “estrés” y de “humillación”. Las medidas educativas que contemplan infundir miedo al castigo se convierten en tabú social.

“El temor a las consecuencias sigue siendo – lo siento, ojalá no fuera así– uno de los mayores elementos disuasorios, también para los adultos”. Por eso, Javier Marías duda que a un joven acepte límites si en muchos años se le ha educado en que sus acciones no tienen consecuencias y prefiere un castigo a tiempo (sin llegar al abuso y a los excesos, aclara) que el encarcelamiento cuando se ha alcanzado un punto de no-retorno.

El buenismo de algunos padres los lleva a evitarles a sus hijos, casi a toda costa, cualquier contratiempo, pues ellos ya han sufrieron bastante en el pasado. Dicen que buscan para los menores todo lo que ellos no tuvieron. Es decir, casi el infinito. Esto va acompañado de tendencias que promueven la figura de los padres como “los mejores amigos de sus hijos”, que someten a los niños a sesiones de estimulación temprana para que sean “los más inteligentes” y “los más capaces”. Es decir, que los protegidos se conviertan en todo lo que sus progenitores no pudieron o no se atrevieron a ser.

Pero los criterios cambian cuando se trata de delitos por parte de menores de familias ajenas. Entonces sí, exigen penas más duras y rebajas de la edad penal. Claman contra la “humillación” que supone el conocimiento público del bajo rendimiento de los menores y a cambio proponen la cárcel, considerada incluso en Estados de derecho asentados como una efectiva escuela de crimen.

En Gran Bretaña, 2,5% de todos los prisioneros son menores de edad, según estadísticas del International Centre for Prison Studies. El número de menores por cada mil prisioneros supera al de Estados Unidos, España, Francia, Italia y Finlandia. Existe una relación entre edades penales bajas y elevados números de menores en la cárcel, según estudios de ONG. Turquía y Holanda, con edades penales de 12, tienen la más alta proporción de niños encarcelados en Europa.

Encerrar a menores que en muchos casos han padecido carencias afectivas y educativas de su entorno social supone una pérdida de esperanza en la juventud. Para muchos adultos, resulta más cómoda la permisividad absoluta durante años y las medidas drásticas cuando ya todo ha fallado.

* Periodista

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