Imprescindible caballero de la paz
                        
Por: Gustavo Espinoza M. (*)


"Quien vivió por la paz, que en paz descanse / No en la paz de los muertos/ duerma en paz / En la paz de los vivos tenga almohada / quien vivió por la paz / Que siembren un rosal enamorado / en su tumba de paz / y florezcan mil rosas / una rosa para cada soldado / Entonces cambiaremos los fusiles por rosas / y el mundo será solo un rosal encantado / dando sombra de paz."

                                                        GONZALO ROSE.
                                                                Responso en rosa. (Fragmento)

 

Quizá debió leerse este fragmento del bello poema de Gonzalo Rose dedicado a Alfredo Mathews en las ceremonias fúnebres de Asunción Caballero Méndez. Y es que pocas veces un poema dedicado a un vigoroso combatiente por la causa de la paz, como también lo fuera el periodista muerto en una playa de Lima en 1955 por rescatar a un niño, podría haber sido ofrendado con más precisión a otro, a nuestro querido compañero quien falleciera en Lima el pasado 23 de septiembre.

Miembro del Centro de Estudios Marxistas José Carlos Mariátegui e integrante del Consejo Editorial de Nuestra Bandera, Caballero Méndez fue uno de los más destacados luchadores peruanos del Siglo XX. Identificado desde su juventud con el ideal socialista, nunca abdicó de sus ideas ni de su vida activa. Su columna en nuestra publicación fue el testimonio de una voluntad inquebrantable, que lo acompañó hasta su muerte.

Médico Pediatra, pero también Doctor en Educación, fue ante todo un humanista ejemplar que supo identificarse siempre con la causa de los niños, a los que atendió en su modesto consultorio muchas veces gratuitamente. Fue, en efecto, médico de varias generaciones, como lo testifican Germán Carnero y Arturo Corcuera en sus mensajes de condolencias.

Militante comunista desde los años 30, conoció los más diversos avatares de la lucha social. Perseguido, encarcelado, maltratado en la prisión, injustamente condenado; mantuvo siempre el optimismo que, en su caso, se perfiló en una característica carcajada, que era su reacción natural ante la adversidad. Y es que, en medio de las dificultades mayores, acompañó su actividad constante con la seguridad de vivir comprometido con una causa enteramente justa compatible con los más caros ideales de la humanidad. 
"He dormido sobre las pajas de las eras, mirando en el cielo el parpadear de las estrellas. He compartido la mesa, el suelo o bancos de piedra, con vagabundos, ladrones y asesinos, y así también he vivido en hoteles, mansiones y palacios." le gustaba decir aludiendo a su azarosa vida que transcurrió -como los años de las "universidades" de Gorki- en las regiones más inhóspitas, las aldeas lejanas, la tierra abandonada, la cárcel y la vida citadina embelesado, sobre todo, por la risa de los niños. 

Fue su conocimiento de la vida, su cercanía a la pobreza, el dolor de la miseria, la angustia de las enfermedades y la proyección de la muerte, la que le abrió los ojos en su primera juventud, y lo enrumbó hacia el ideal socialista. Admirador de la Revolución Bolchevique y leal seguidor del mensaje de Mariátegui, fue un amigo consecuente de la Unión Soviética, durante muchos años y un acucioso analista de nuestra realidad.

En su libro de memorias, Asunción Caballero recuerda la tarde del 17 de abril de 1930, cuando a la salida del colegio Guadalupe y en la esquina de La Colmena y la Plaza San Martín, vio venir por la calle Belén una multitud compuesta por miles de gentes que entonaban una canción hasta entonces para él desconocida: "La Internacional". Y llevaban en hombros el féretro de José Carlos Mariátegui hacia el Cementerio General de Lima, donde sería sepultado.

Fue esa escena la que le impactó y le permitió ligarse desde entonces al Grupo Rojo Vanguardia, al Comité de Maestros Desocupados y el Socorro Rojo Internacional, creaciones todas del movimiento revolucionario emergente de la época. Por eso, diría parodiando al Amauta "egresé del Colegio Guadalupe con una filiación y una fe".

Esa voluntad, poco más tarde, lo llevaría a tras las rejas. Encarcelado, fue juzgado por un Tribunal Especial y condenado en aplicación de la Ley de Emergencia del 2 de noviembre de 1932, siendo confinado en la cárcel de Yungay.  Al salir, y ya en la capital, participó en una de las jornadas proletarias más importantes de la época: la celebración del 1 de mayo de 1935, la primera acción de lucha convocada por la ya entonces ilegal CGTP, y fue a dar con sus huesos nuevamente a la cárcel.

Fue esa una constante en su vida. Incluso en enero de 1962, fue confinado en la Colonia Penal del Sepa con otros reconocidos luchadores sociales.

Dirigente estudiantil fue también Presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, a mediado de los años 40. Luego, dirigente de los profesores y de los médicos; pero, sobre todo, luchador por la causa de la Paz y de la Amistad entre los Pueblos. Fue eso lo que lo indujo a fundar el Movimiento Peruano de la Paz, al que vinculó con el Consejo Mundial encargado de esa tarea en el escenario mundial; y la Asociación Cultural Peruano-Soviética, que condujo virtualmente hasta la desaparición de la URSS.

En su larga vida, conoció a destacadas personalidades políticas del periodo: Ho Chi Minh, Fidel Castro, El "Che" Guevara, Dolores Ibarruri, Romesh Chandra, Luis Carlos Prestes y muchos más. Hizo también una invalorable contribución al Partido Comunista al lograr levantar la Imprenta Humbolt, hoy rematada a espaldas del Partido.

Asunción Caballero fue, quizá el único peruano que, por las urgencias del trabajo clandestino, pasó de la República Democrática Alemana a la Alemania Federal atravesando por un pasaje secreto el entonces infranqueable Muro que dividía la ciudad de Berlín. Pero estuvo, además, en muchos países de la tierra con su mensaje solidario y de esperanza.

Los últimos años de su vida, fueron duros. Relegado y marginado sin justificación alguna, supo mantener muy en alto el ideal socialista y alcanzó a escribir en nuestras páginas durante siete años y hasta el fin de sus días. 48 horas antes de su muerte entregó de puño y letra -como lo hacía siempre- su texto correspondiente a nuestra edición de octubre y que publicamos como obra póstuma.

Recordando a nuestro compañero que vivió en el Perú, un país donde —como decía Basadre— "la envidia florece con igual exuberancia tropical en todas las estaciones y donde hay que pedir perdón por haber triunfado", decimos que aquí, en efecto, ciertos hombres se cansan o se doblegan fácilmente, pero hay otros que luchan por siempre. Al decir de Bertold Brech, son esos los imprescindibles.

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / www.nuestra-bandera.com