Hegemonía económica y guerras comerciales

Guido Mantega
Por Humberto Campodónico


Hace unos días el Ministro de Finanzas de Brasil, Guido Mantega, dijo que había comenzado una guerra monetaria internacional pues muchos gobiernos —entre ellos Japón, Corea del Sur y Taiwán— estaban impulsando la devaluación de sus monedas para aumentar la competitividad de sus exportaciones.


De su lado, los EE. UU.  presiona para que China revalúe el renminbi, lo que equivale a una devaluación del dólar. De hecho, hace algunos días, el Senado de EE. UU. aprobó una ley que contempla prohibiciones inmediatas a la importación de una gran variedad de productos chinos a los  EE. UU. Según Martin Wolf, del Financial Times, esto siempre sucede “en eras de demanda declinante” (www.ft.com, Una nueva era de “mendigar al vecino”, 28/9/10).

Estas guerras monetarias y comerciales tienen diversas explicaciones. Una de ellas está ligada a los cambios en la hegemonía económica y política mundial, proceso que puede tardar muchos años, y hasta décadas. Sucedió cuando, a principios del Siglo XX se agotaba el “patrón oro”, impulsado sobre todo por la hegemónica Inglaterra.

Sucedió, también, en los años 30 cuando hubo ausencia de potencia hegemónica, pues varios países luchaban para ocuparlo. Allí comenzaron las devaluaciones competitivas: un país devaluaba su moneda para exportar más a su vecino, política inmediatamente imitada por ese mismo vecino, lo que llevaba a sucesivas devaluaciones en todos los países, como en un juego de dominó.

Cuando los EEUU emergió como la potencia hegemónica después de la II Guerra Mundial, los acuerdos de Bretton Woods de 1944 consagraron al dólar como la moneda mundial de reserva con un valor fijo (US$ 35 por onza de oro). La reconstrucción de la posguerrra llevó a la recuperación de Europa (sobre todo, Alemania) y Japón, lo que impactó en la hegemonía USA. Por eso, en 1971 Nixon devaluó el dólar. De allí en adelante se pasó a un sistema de tipos de cambio flotantes, que dura hasta hoy.

En 1985, cuando la fortaleza del dólar (y las altas tasas de interés en los  EE. UU) llevaron a su “apreciación excesiva”, el Grupo de los 7 acordó —bajo presión de los  EE. UU— una “devaluación ordenada” del dólar, lo que aconteció en los Acuerdos del Hotel Plaza, que fueron remarcados dos años después por los Acuerdos del Louvre. Así, por ejemplo, el dólar pasó de 3.5 a 2 marcos por dólar de 1985 a 1990.

La diferencia entre 1985 y el 2010 es que la geografía económica mundial ha cambiado y la hegemonía productiva —y comercial— de los  EE. UU. ha disminuido aún más. Nuevos actores como China, los países del sudeste asiático y Brasil surgen como potencias productivas y exportadoras (son las nuevas “fábricas” mundiales), lo que se traduce en ingentes superávits comerciales que se agregan a los de Alemania y Japón.

Ese es el telón de fondo de las actuales guerras monetarias que están ya a la orden del día. Los analistas económicos hablan de un nuevo “Acuerdo Plaza”, pero no se ponen de acuerdo sobre la agenda. El Jefe del FMI, Dominique Strauss Kahn, acaba de decir que “está circulando la idea de que las guerras comerciales pueden ser usadas como un arma política. Llevada a la acción, esa idea representa un riesgo muy serio para la recuperación de la economía global y tendría un impacto de largo plazo  muy negativo” (Financial Times, 5/10/10).

En verdad de lo que se trata es de una (solo una) de las manifestaciones de la crisis sistémica que afecta el aparato productivo de la economía mundial. Comenzó con la crisis de las hipotecas “subprime”, luego el “estímulo fiscal” aumentó los déficits y la deuda, lo que ha sido enfrentado con políticas de ajuste fiscal, recesivas, que llevan a las “eras de la demanda declinante” y, por tanto, a las guerras comerciales y las devaluaciones competitivas. Veremos qué pasa.

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