Emergentes ganan tajada en el FMI

Por Humberto Campodónico

Desde la creación del FMI a fines de la II Guerra Mundial, su estructura de poder ha estado dominada por los países poderosos. Así, los EE. UU. cuenta con el 16.7% de los votos, seguido de los países de la Unión Europea (32%) y Japón (6%), lo que representa el 54.7% del total.


El capital del FMI es actualmente de US$ 320,000 millones, que puede destinarse a préstamos de sus 187 países miembros que tengan problemas de déficit de balanza de pagos, monto al que hay que adicionar los bonos que emite en el mercado internacional de capitales. Lo más importante es que el FMI pone condiciones de política económica a los países para otorgar préstamos (la “condicionalidad”), lo que ha sido siempre motivo de críticas debido a su marcado sesgo hacia políticas liberales.

Con los cambios en el poder económico mundial, los “países emergentes” presionaron para aumentar su participación accionaria.  Arabia Saudita, China y Rusia fueron los primeros en “mejorarla” en los años 90. Con la llegada del nuevo milenio el poder económico de los “emergentes” aumentó, pero los EE. UU., Europa y Japón se mostraron contrarios a cualquier nueva modificación.

Esto cambió en la reunión del G-20 en Pittsburgh en el 2008, pues se aceptó que los “emergentes” aumentaran su participación en 5%. Como lo que alguien gana, otro lo pierde, nadie quería ceder. Al final, fue la Unión Europea acordó disminuir su porcentaje. En la reciente reunión del FMI en Corea del Sur se acordó que el aumento de los emergentes llegue al 6%.

La nueva distribución, que se hará efectiva en el 2013, será más o menos la siguiente: Brasil, Rusia, India y China (los llamados BRIC) subirán del 9.6% que tienen ahora (ver cuadro) hasta el 14.8%, yendo el mayor aumento para China (que pasaría del 3.65 actual al 6%). Afirman los cables que, así, China saltaría al tercer lugar, mientras que la India, Rusia y Brasil tendrían los puestos 8, 9 y 10, respectivamente. Otros países emergentes, como Turquía Corea del Sur y México, tendrían aumentos más pequeños.

Algunos dicen que esta reforma es “cosmética”, pues no se ha alterado el 16.7% de participación de los EE. UU., que de hecho le otorga el derecho de veto para modificaciones sustanciales en los estatutos (se necesita más del 85% de los votos) y, por tanto, en las políticas del FMI. Mucho ruido y pocas nueces, afirman.

La cuestión es que el vaso está medio lleno o medio vacío, según el color del cristal con él que se mire. Los que aplauden la reforma afirman que ésta es parte de un proceso de cambios en la balanza del poder económico mundial, que tiene el mismo significado que la ampliación del Grupo de los 8 (los EE. UU., Canadá, Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia y Rusia) a un Grupo de 20 países (el G-20, que ahora incluye a China, India, Brasil, Argentina, Corea y Turquía, entre otros), lo que sucedió hace dos años. Poco a poco estos hitos jalonan la dirección señalada.

Finalmente están quienes dicen que esta reforma ha sido magnificada para esconder que la reunión del FMI no logró que los países se pongan de acuerdo en las medidas de política económica para responder a la actual crisis sistémica. Pruebas al canto: el banco central de los EE. UU. va a lanzar un agresivo programa de emisión monetaria que tendrá un fuerte impacto devaluatorio del dólar, lo que es cuestionado por los países grandes y los “emergentes”, pues los afectará a todos. Pero  EE. UU. es EE. UU.

Dicho esto, y más allá de las opiniones divergentes, queda claro que estos cambios afectan el statu quo del poder económico. Si no, que lo digan los europeos, que siguen discutiendo qué países miembros se van a llevar la peor parte en la rebaja de las cuotas.

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