Desde USA: suenan las campanas

Por: Humberto Campodónico

El miércoles pasado la agencia calificadora de riesgo Standard & Poor amenazó con rebajar la calificación de la deuda de Estados Unidos, que si bien sigue siendo AAA, ahora la perspectiva ya no es “estable” sino “negativa”. Esto significa que hay un 33% de chance de que sea efectivamente degradada en los próximos dos años.


Hay algunos que le han restado importancia al anuncio porque proviene de la entidad que se equivocó de palmo a palmo en la calificación de las hipotecas subprime, a las que dio —hasta el último día en que reventó la burbuja— la calificación AAA. No solo eso. Hay acusaciones concretas contra S & P —y también contra Moody’s y Fitch— de haber actuado dolosamente contra el público para atender los requerimientos de sus clientes (los bancos que empaquetaron las hipotecas basura).

 

Siendo cierto lo de S & P no es menos cierto que EE. UU. atraviesa por una seria crisis. Su deuda pública total al 25 de marzo del 2011 ascendió a US$ 14.26 billones, lo que equivale al 97% del PBI del 2010. Esta cifra se asemeja como una gota de agua a aquellas que tuvieron países de América Latina en la “década perdida” de los 80.

Una parte de esa deuda tiene acreedores extranjeros, por un total de US$ 4.47 billones a febrero del 2011. El primero que ha puesto el grito en el cielo, llamando al orden al gobierno de EE. UU., pidiéndole un “manejo responsable” de la economía, ha sido China. Y con razón, pues tiene US$ 1.154 billones en bonos del Tesoro. Le siguen Japón, el Reino Unido, los países exportadores de petróleo (casi toda la OPEP) y también Brasil.

La cuestión es que China no puede deshacerse masivamente de esos bonos porque provocaría una estampida que llevaría a la devaluación del dólar. Si por ejemplo vendiera US$ 20,000 o 30,000 millones en unos días, aún tendría más de un billón de dólares susceptibles de sufrir las consecuencias de sus propios actos.

Desde USA: suenan las campanas


La cuestión de fondo es que la gobernabilidad de los EE. UU. está en cuestión debido al ahondamiento de la división entre demócratas y republicanos, lo que constituye un claro fracaso del enfoque obamista, que pretendía ponerse por encima de la política “bipartisana”.

Esquematizando, podemos decir que hay dos enfoques distintos. Los republicanos quieren reducir el Estado a su mínima expresión, cortando todos los programas que puedan (menos Defensa). Ese es el contenido del reciente documento del diputado Paul Ryan, El camino de la prosperidad. Los demócratas dicen que no se puede ir, ni tan rápido ni tan lejos en el recorte. Plantean que la solución a la crisis de la deuda pasa por un camino gradualista: recortes sí, pero no tantos.

Quienes critican el enfoque de Obama, como Paul Krugman, dicen que en verdad los demócratas han sucumbido ideológicamente ante los republicanos: la política de recorte fiscal ahogará el crecimiento y, por ello, disminuirá los ingresos fiscales, aumentando la deuda. Plantean un enfoque más keynesiano, lo que implica crecer para salir de la crisis (y no al revés), incluso si inicialmente hay un mayor aumento de la deuda.

Sí, pues, ya está con nosotros una crisis de gobernabilidad en los EE. UU. Y por eso en todo el mundo suenan las campanas, anunciando también que hay nuevos actores que quieren desempeñar liderazgos en la cambiante geografía económica del poder mundial.

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