Los “ingredientes” de la Prosperidad

Michael Porter

por Marco Antonio Flores Villanueva, desde Boston, EE. UU.

En 1978 un brillante economista escocés llamado Angus Maddison inició sus investigaciones sobre el desarrollo económico del mundo, para luego alumbrar su portentoso libro Monitoring the World Economy: A Millennial Perspective, 1820-1992, un excelente documento que identifica al año 1820 como el inicio explosivo de la prosperidad económica del planeta, contrariando así investigaciones históricas que ponderaban ese proceso como un largo y continuo desarrollo cuyo primer impulso se adentraba en los comienzos de la civilización.


En ese libro Maddison también se refirió brevemente a los “ingredientes” de la súbita prosperidad, señalando como tales el progreso tecnológico, el desarrollo del comercio, las finanzas y el capital humano, así como la explotación de los recursos naturales. Nada espectacular como explicación de un fenómeno precipitado que, sin embargo, dividió la historia del crecimiento económico del mundo en un antes y después de 1820.

Años después William J. Berstein, en su celebrado libro The Birth of Plenty: How the Prosperity of the Modern World was Created (The MacGraw-Hill Companies, Inc., 2004), ha venido a reconsiderar, ordenar y confirmar, con un vistazo a la historia de naciones claves y paradigmáticas del progreso humano, los conceptos estructurales de Maddison que explican el inicio del crecimiento económico del mundo moderno y que garantizan su continuidad en el tiempo (lo que los economistas denominan “crecimiento sostenido”). Esos cuatro factores principales del progreso humano son: Derechos de propiedad, racionalismo científico, mercado de capitales y progreso en el transporte y las comunicaciones, vale decir infraestructura.
En un recorrido por la historia económica del mundo, Berstein corrobora la constante y persistente presencia de esos cuatro factores estructurales de la prosperidad. En el desarrollo formidable de las instituciones financieras de la Holanda del siglo XVI; en la posterior apropiación por la corte de Inglaterra de 1688 de esos mismos factores señeros del progreso humano, y que más tarde permitieron la primera revolución industrial; y en la emergencia vigorosa de las colonias de Nueva Inglaterra, más tarde los Estados Unidos de América, como corolario de la propagación de las instituciones legales, intelectuales y financieras de britania a la costa atlántica al norte del nuevo mundo.

También ha identificado Berstein un elemento condicional que definitivamente influye en el éxito de esta aventura que significa salir de la estagnación para pasar a la prosperidad: La convergencia, la reunión, la presencia de todos y cada uno de los cuatro factores, puntualmente referidos líneas ut supra, para producir desarrollo humano. Soslayar uno de esos “ingredientes” de la prosperidad, dice Berstein, “hace peligrar el progreso económico y el bienestar humano; patear solamente una de estas cuatro patas derribará la plataforma en la que descansa la riqueza de las naciones. Esto ocurrió en la Holanda del siglo XVIII con el bloqueo naval inglés, en los estados del mundo comunista con la pérdida de los derechos de propiedad y en muchos (de los estados) del Oriente Medio con la ausencia de mercados de capitales y del racionalismo occidental. Y lo más trágico de todo, en gran parte de Africa, donde los cuatro factores están esencialmente ausentes”.

Y hace apenas unos meses atrás Jeffrey Sachs nos ha recordado el descubrimiento de Maddison, la confirmación de Berstein y la importancia del desarrollo sostenido sobre la base de los cuatro “ingredientes” de la prosperidad. En su interesante libro The End of Poverty: Economic Possibilities for Our Time (The Penguin Press, 2005), en 1820, dice Sachs, todas las regiones del planeta eran pobres. Desde aquel año hasta 1998 el producto nacional bruto per capita de los Estados Unidos creció a un porcentaje anual aproximado de 1.7 %, mientras el crecimiento de Africa por el mismo período fue de 0.7 % por año. Nótese que la diferencia entre ambos porcentajes no parece mucha, pero en un período largo los resultados son dramáticos y están a la vista de todos. Hoy día los Estados Unidos es la economía más rica del planeta, sin haber crecido 8% anualmente como sí lo hace China con grandes problemas de desigualdad, mientras Africa es un continente sin futuro y condenado a la pobreza. “La llave fue consistencia –dice Sachs- el hecho que los Estados Unidos mantuvo el mismo crecimiento por casi doscientos años”.

Mirando el caso peruano a través del lente acucioso de Maddison, Berstein y Sach, podemos descubrir que el Perú de hoy no está camino a la prosperidad. No hemos construido los cuatro pilares históricos del bienestar de las naciones, porque carecemos de una legislación y una institucionalidad judicial que garantice mínimamente los derechos de propiedad; porque continuamos subestimando e incluso despreciando el valor y la importancia de la educación pública y especializada, como lo ha ratificado The International Institute of Education en sus informes; porque invertimos menos de un tercio que Chile en investigación; porque tercamente nos aferramos al hipo de las exportaciones de productos primarios y no iniciamos las reformas económicas estructurales que permitan la diversificación de nuestra economía y el surgimiento de un mercado de capitales; y, finalmente, porque nuestro déficit en infraestructura básica, comparativamente, es uno de los mayores de la región.

Un dato adicional: En todos los estudios de desarrollo económico el factor político es determinante para implementar los cuatro factores que permiten la prosperidad. Sin educación, uno de los “ingredientes” de la prosperidad de las naciones, no seremos capaces de producir una enterada y tecnificada élite política y empresarial que pueda ser internacionalmente competitiva y nos arranque de las fauces ignominiosas de la estagnación y la pobreza.

Un vistazo a la campaña electoral y ello nos relevará de cualquier argumento adicional para concluir que el Perú carece de esa clase dirigente y que el país necesita urgentemente implementar una profunda renovación política de carácter institucional, si no se quiere perecer a manos de la incompetencia y alejarse una vez más de los “ingredientes” que hicieron de otras naciones prósperas y pujantes economías. No olvidemos pues la lección que nos ofrece la historia económica del mundo.
Boston, 30 de marzo del 2006
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Estupefactos
La Primera, 04.12.09
El evento lo organizaron la Universidad del Pacífico e INTERBANK y concluyó el pasado lunes. Se llamó: “Seminario Internacional: Claves de una Estrategia Competitiva”.

Concurrieron todos los capitanes de empresa, los almirantes de las finanzas, los cabos sueltos del comercio y los funcionarios públicos con algo que decir en este país que administra Alan García.

La estrella indiscutida fue Michael Porter, considerado por un amplio sector de la prensa internacional como el más reconocido especialista en competitividad de las economías globalizadas. El diario “Gestión”, por ejemplo, lo presentó así: “el gurú mundial sobre estrategia y competitividad”.

Porter, profesor fulgurante del Harvard Business School y autor de 16 libros, vino a ponerle nota al modelo Fujimori-Toledo-García.

Las llamadas “fuerzas vivas” fueron a escuchar a esta mente brillante, que ha asesorado a empresas como Dupont y Procter and Gamble y cuyo libro “The Competitive Advantage of Nations”, publicado en 1990, se convirtió en referente de todo análisis serio que se hiciera en torno a lo que puede hacer fuerte a un país en una economía sin fronteras aparentes como la actual.

¿Y qué le dijo al empresariado peruano Michael Porter?

Pues le dijo varias cosas [y acudo a la crónica que sobre esa noche memorable hiciera para “Gestión” Alfredo Prado]:
Primero: que el Perú carece de una política de largo plazo en materia de competitividad.
Segundo: que la economía peruana no tiene un rumbo definido.

Tercero: que el crecimiento económico del Perú [hecho que la estadística confirma] no se ha reflejado en beneficio de la mayoría de la población.

Cuarto: que el Perú ha vivido estos años “una ilusión exportadora” porque las cifras en azul proceden del alza de las materias primas, mientras que nuestra exportación de productos con valor agregado permanece inmóvil.
Quinto: que el Perú padece de un atraso dramático en relación a la invención y la tecnología. “El Perú, apuntó, no sólo no ha avanzado en este rubro: parece haber retrocedido”.

Sexto: que la mayor parte de la inversión extranjera “no viene a crear nuevas empresas sino para comprar negocios ya existentes”. Y añadió con espantosa exactitud lo siguiente: “Cuando un inversionista piensa en una nueva fábrica no piensa en el Perú”.

Séptimo: que a largo plazo las dificultades del Perú tendrán que ver con la baja productividad, la pésima educación, el deficiente sistema de salud, las debilidades en infraestructura física, la desigualdad social, la aplastante corrupción y el alto nivel de informalidad.

Octavo: que los éxitos peruanos de los últimos años pueden irse al demonio si no limpiamos el sistema judicial, si no defendemos los derechos de propiedad y si no fumigamos y reordenamos la disuasiva burocracia creada para entorpecer.

¿Dijo algo más el señor Michael Porter?

Sí. Dijo también que el TLC con China tiene tal grado de asimetría que corremos el riesgo de quedarnos congelados como abastecedores de materias primas, que es como los chinos nos ven también en el futuro.

Dijo todo eso y a las pocas horas regresó a su cátedra de Administración de Negocios en Harvard.

Los empresarios peruanos quedaron estupefactos.

Esta vez la verdad no venía de un ideólogo adversario ni de un Premio Nobel que juega al caviaraje para lavar culpas. Venía de aquella lumbrera internacional que alguna vez escribió “Técnicas para analizar industrias y competidores”, un libro que ha sido 53 veces reeditado y que está traducido a 17 idiomas.

Estupefactos. Esa es la palabra. La farsa la había descubierto sin dificultad un especialista de los Estados Unidos.
¿Se atreverá la caverna a refutarlo? Por lo pronto, ha guardado un delicioso silencio.

Mercedes Aráoz, azafata de LAN Chile en sus sueños más dorados, no ha dicho una palabra. Los columnistas políglotas del borbonismo limeño se han callado en todos los idiomas que dominan.
No atinan a nada. Se están recuperando del sopapo.

César Hildebrandt
Columnista