Gas de Camisea

Perú: la resistencia no cesa

Por Gustavo Espinoza M. (*)


Bien puede asegurarse que en el Perú la batalla por el Gas ha ganado espacios y se ha convertido en un fenómeno social de incalculables proyecciones. 


Difícilmente podría precisarse en qué momento comenzó. Pero lo importante ahora, no es eso. Sino registrar el hecho que continúa, y que toma fuerza en la medida que se desarrolla el proceso político nacional y nuevas fuerzas van tomando conciencia de lo que constituye una genuina bandera patriótica que está situada más allá, incluso, de los requerimientos  partidistas o coyunturales.

A la acción de pequeños segmentos de intelectuales o parlamentarios que en décadas pasadas activó la tarea de preservar los recursos naturales y defender la soberanía nacional; se suman hoy numerosos poblados del interior del país que actúan con decisión y coraje y que, en las más difícil condiciones, ponen en evidencia la naturaleza entreguista de la administración gubernativa actual.

Si miramos someramente el escenario, veremos que, sobre todo en la región andina, y particularmente en el Cusco milenario, esta lucha ha calado hondo y ha concitado el fervor de multitudes.

Allí, hace once días se inició una serie sucesiva de protestas que incluyó Paros, huelgas y activas movilizaciones populares que colocaron al régimen aprista al borde del acantilado.

Hoy reina la tensión en la zona y aunque se ha abierto una pequeña ventana de "diálogo", gracias a la mediación de la Iglesia, nadie se hace la ilusión que este conducirá a una solución racional de las demandas planteadas.

Y es que, finalmente, lo que está en juego no es la construcción de una obra pequeña o la habilitación de una carretera, sino la aplicación de una política  nacional de corte patriótico, ciertamente incompatible con el servilismo de las autoridades actuales, entregadas en cuerpo y alma al poder de los monopolios.

La gente lucha hoy, en efecto, por la recuperación de esta importante riqueza, que fuera entregada a a consorcios extranjeros a espaldas del interés nacional y sin consulta alguna a la ciudadanía.

Como ocurriera en el pasado con los yacimientos petroleros de la costa, la selva y el mar; los recursos gasíferos, esta vez fueron colocados bajo la órbita de gestión de empresas extranjeras que multiplican sus utilidades agobiando a la población peruana que debe pagar por ese recuerdo tres y cuatro veces más de lo que le cuesta a los ciudadanos de otros países que usufructúan el bien.

Los poblados cusqueños de Kiteri y Kespashiato, seguramente ignorados por la inmensa mayoría de los peruanos, han pasado al primer lugar de la notoriedad en medio de fragorosos enfrentamientos con las denominadas "fuerzas del orden".

Una secuela de numerosos heridos y una significativa cantidad de detenidos ha puesto en evidencia una confrontación que el gobierno no ha podido ocultar. En contraste, sin embargo, la solidaridad con estos, no ha brillado con la magnitud requerida en la circunstancia.

En la provincia de La Convención, cuya capital es Quillabamba y en el poblado de Echarate, donde se hallan los principales yacimientos de Gas en disputa, miles de pobladores se hallan movilizados en tanto que en el Cusco Imperial se realizan cotidianas acciones de masas.

La demanda de la población se orienta a afirmar la idea de resistir sin descanso, y no dar tregua al gobierno actual que ya está en camino de salida, pero que busca afirmar sus compromisos con los consorcios foráneos a costa del interés nacional.

En este marco es muy importante evaluar la importancia de esta lucha y no doblegarse ante la prepotencia gubernamental que se ha expresado en el traslado, y uso, de destacamentos armados de la policía y el ejército, a ser empleados contra el pueblo en acción.

Pero al hacerlo, hay que tener cuidado y amplitud en el manejo de los temas. Y no caer en la lamentable distorsión manifestada por voceros de algún segmento de la llamada "Izquierda oficial", que, de alguna manera, se ha solazado con los reveses registrados por el movimiento.

Cuando el 20 de junio pasado las organizaciones regionales de Puno, Madre de Dios, Cusco y Apurimac, reunidas en la capital altiplánica, aprobaron un Paro Indefinido a partir del 27 de julio, ciertamente cometieron un error. No sólo porque ese día —inicio de las Fiestas Patrias— asomaría el carnaval patriotero y festivo que el oficialismo suele levantar en el periodo; sino porque, en efecto, resultaba subjetivo el suponer que las fuerzas regionales estaban ya todas preparadas para una acción de esa magnitud.

El Paro General no es —no podría ser— el punto primero de una orden de batalla, sino el escalón superior de una confrontación de clase. No debía considerarse en la etapa inicial, sino en un momento más alto, cuando las fuerzas hubiesen adquirido mayor consistencia y experiencia de lucha.

Eso no fue tomado en cuenta. Y, por cierto, dio al traste con la contundencia de de un movimiento que, en la región, duró apenas un par de días.

Pero eso no debiera alegrar a nadie. Nadie, en su sano juicio, podría proclamar exultante que "los hechos, le dieron la razón" y que, por tanto, quienes tomaron la iniciativa de la lucha fueron "irresponsables" y "demagogos". Aludir entonces a "supuestas organizaciones" reunidas en "clandestinidad absoluta", y referirse a un "fracaso total", motejando a los conductores de ese movimiento de "oportunistas miserables" y "folklóricos personajes" ganado por el "infantilismo político"; carece de sentido.

Una cosa es percibir defectuosamente un escenario y no tomar en cuenta la real capacidad de combate de un pueblo; y otra, muy distinta, es sabotear un movimiento con medidas extremas. Y en el caso, estuvo presente lo primero, pero de ningún modo lo segundo.

No resulta lícito, ni decoroso, entonces, enrostrar el supuesto "fracaso" —que tampoco fue propiamente tal— a nadie. Y sí aconsejable, extraer las lecciones de la lucha para superar y corregir las debilidades y afirmar las batallas que se inician.

En esta lucha no podrá seguirse un derrotero lineal, de victoria en victoria. Será inevitable registrar avances, y retrocesos; incluso derrotas. Pero ellas servirán también para afirmar el camino en la medida en que seamos capaces de extraer lecciones, y no excomuniones. 

En ese espíritu hay que trabajar en la perspectiva. Porque, como lo hemos dicho, esta es una batalla de largo aliento en la que no cabe disputar liderazgos, sino unir voluntades.

Todas las fuerzas que se sumen —por pequeñas y aún inconstantes que sean— deben ser bienvenidas. El sectarismo y el hegemonismo  no pueden convertirse en la línea de mando en esta circunstancia.

Por ahora, lo importante, es sumar y crecer. Y demostrar que la bandera del gas encarna seriamente la voluntad de los peruanos.

Y es que, aunque el gobierno se resista a admitirlo, la resistencia popular a su política traidora, no cesa, sino persevera.(fin)

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / www.nuestra-bandera.com