soldado rabonapor Herbert Mujica Rojas

¿Pudo Chile haber tenido mejor aliado que el megalómano asaltante del poder en Lima, Nicolás de Piérola? Hizo cuanto le fue posible para desabastecer, desorganizar, desmoralizar al ejército del sur y focalizó en Lizardo Montero su miedo, ineptitud, estupidez, privándole de refuerzos, armas, bestias, dinero y, sobre todo, respaldo en plena guerra. Los acontecimientos pesarosos de Tacna y Arica así lo prueban y todo señala con el dedo acusador al diminuto dictador cuya responsabilidad ha sido difuminada por la historiografía oficial, blanca y sesgada.


Derrotado el Huáscar el 8 de octubre de 1879, hundida en mayo la Independencia y detenida por casi seis meses, la invasión terrestre del Perú era parte de la guerra de invasión de Chile planeada con detenimiento, apoyo inglés e intereses mayúsculos en el guano y el salitre. No fue Bolivia ni su territorio aledaño al mar, fue Tarapacá y a la postre Arica las prendas de guerra, ricas y no negociables, las que ambicionaba y de las que se apoderó el enemigo.

Los prefectos que nombraba Piérola cumplían fidelidad hacia él, pero en desmedro de cualquier gloria del ejército del sur. Es decir Montero y su gente estaban condenados a perder en el campo de batalla, también, lo que en el campo de la logística había determinado un civil golpista y que fungió de director general de guerra.

En Tacna, como en Arica, en el Alto de la Alianza como en el Morro, sobresalió, cuasi desnudo y sin balas, por su valor epónimo, constancia, heroísmo y empuje, el Soldado Desconocido y cuando cayó derrumbado por proyectil enemigo, la Rabona Heroica empuñó el fusil y peleó reemplazando al compañero muerto y en muchos casos sacrificando la vida por la patria. Constantes, firmes, recurrentes, sus rostros indefinidos, que podrían ser la de millones de peruanos a lo largo y ancho del país, corren, disputan, disparan, una y mil veces en los campos de batalla dándole gloria al hombre y mujer de abajo que debió vibrar al compás de una sangre indomable que moría pero sin rendirse.

Pocas semanas atrás en el programa televisivo Fuego Cruzado enuncié que la nación aún debía ese gran homenaje al Soldado Desconocido y a la Rabona Heroica, verdaderos e inconfundibles peruanos guerreros.

En el Alto de la Alianza sucedió el prolegómeno del derrumbe total del ejército aliado. Piérola desde Lima instruía para que el flamante presidente boliviano Narciso Campero liderase las fuerzas conjuntas. ¡No, de ninguna manera, podíase suponer que al frente de los soldados podía aparecer el dictador de juguete! ¡Ni siquiera quiso premunir al ejército del sur del mínimo necesario para afrontar el compromiso en circunstancias honorables! Si en Tacna murieron miles de hombres y mujeres, no era sino la parte inicial de la tragedia terrestre sobre la cual, los desaciertos del dictador imponían la firma indeleble que la historia oficial se ha negado a señalar y denunciar. ¿Qué han hecho los historiadores?: maquillar dibujando volutas de cuanto aconteció porque acaso una traición meditada no alcanzaría ribetes de tanta y tan letal perfección.

Las finanzas nacionales no podían ir peor. Cerrado el crédito internacional, las arcas exhaustas, con un festival de decretos y hasta de actos inverosímiles, Piérola se había inventado hasta un "derecho" a señalar sucesor en cualquier contingencia, no podía haber sino el destino inevitable a que nos condujeron los sucesivos gobernantes del Perú desde 1821.

En Arica la superioridad numérica del enemigo se impuso. Para los fastos de la historia la heroicidad peruana tuvo en el Soldado Desconocido y en la Rabona Heroica instantes de consagración devota por los propósitos de la patria. En Bolognesi, Ugarte, Moore, lampos de gloria y civismo. El deguello por parte del invasor chileno de los heridos y sobrevivientes, muestra el salvajismo primitivo que sucesivas promociones de panegiristas han pretendido nombrar como parte de un comportamiento de guerra. En esas pampas y altiplanicies está firme como inolvidable, la sangre patriota vertida en defensa del Perú.

La campaña del Sur demostró la existencia de muchos Perúes y de severas fracturas entre los dirigentes de Lima, citadinos y díscolos y el interior más cercano a la tierra y habitante de su chacra, productor, pescador, labriego humilde o arriero de acémilas con rumbos conocidos. El mosaico nacional apareció nítido e inconfundible. No obstante ¿qué hicieron las clases dirigentes, limeñas y provincianas? ¡Nada de nada! Persistieron en la mansedumbre que el abusivo interpreta como servilismo y que Chile manejó con un concepto guerrero e invasor.

¿Para qué Perú habíase metido en una alianza con Bolivia que nos introdujo en una guerra de la cual nuestro país salía muy herido y merced a la que Bolivia no perdía nada? Sus terrenos aledaños al mar ya eran mayoritariamente habitados por chilenos y ¿qué ventaja nos daba ese pacto secreto de 1873 que nos generó la invasión del país y la pérdida definitiva de Tarapacá y Arica?

Uno de los capítulos más ocultos de la historia nacional pasa por la explicación razonable del tratado secreto. No lo era tanto, ya había sido publicado en una revista estadounidense sobre diplomacia entre los años que van desde su firma entre Perú y Bolivia hasta el principio de la guerra en 1879. ¿Por causa de qué se ha dicho que la misión de Lavalle en abril de ese año a Valparaíso y Santiago constituyó una habilidad diplomática? ¿No fue más bien una torpeza? ¿No fue ese mismo Lavalle el firmante del traidor tratado de Ancón de 1883?

¿Quién le cuenta al Perú por causa de qué el primer presidente civil Manuel Pardo echó a la basura la solicitud urgente y estratégica de Miguel Grau para la construcción de los blindados que equilibraran el poderío chileno absolutamente conocido? ¿cuáles fueron los intereses que se jugaron entonces? ¿no era el Perú de arriba contra el Perú de abajo que ayer como hoy, nada decidía, todo lo sufría y todo lo pagaba?

Luego de largos meses de torpeza y sólo después de derrotado el Huáscar en octubre de 1879, Chile se atrevió a invadir Perú y en ese año de 1880, Tacna y Arica surgirían como los emblemas de cómo lucha la gente de un país desorganizado, hundido en la bancarrota por culpa exclusiva de las élites corruptas. La maquinaria de guerra chilena había analizado y espiado con detenimiento las fallas locales y no hizo sino empujar un castillo de naipes pegado con materiales vulgares. La argamasa sólida de una nación no se hace con cobardes ni con falta de inteligencia. Aquí ambas taras sobraron desde siempre.

No obstante los baños de sangre que acontecieron en Tacna y Arica hay que preguntarse del porqué de muchas cosas que nunca han tenido respuesta, al menos las que el grueso del pueblo peruano anhelaba como parte del conocimiento histórico a que tiene derecho. Sin embargo hasta hoy, en medio de tanta modernidad y rapidez en las comunicaciones, las respuestas no llegan.

Por las calamidades del olvido, también permanece en el claroscuro el papel que cupo al constructor de ferrocarriles Henry Meiggs que trajo al Perú nada menos que durante el gobierno de José Balta la cantidad de 20 mil ó más trabajadores chilenos. ¿Cuántos espías hicieron sus delicias sin que nadie les molestara? ¿no fue acaso un hacendado inglés cómplice de proporcionar planos en las puertas de Lima en enero de 1881?

¿Cómo pudo una civilidad que apenas si había oído hablar de Chile y divorciada desde el interior con la Lima de entonces, en cuyo vientre funcionaba un gobierno producto del asalto del 21 de diciembre de 1879, en plena guerra y con un dictador de opereta, Nicolás de Piérola, dar tanta cuota de sacrificio, sangre y honor en defensa de un país oficial que no los consideraba como peruanos? ¿sino como esclavos o inferiores?

Un Perú desde abajo y desde adentro insurgió bien sea como soldado, apoyo, rabona, resistencia, cocina, zapatería o costurería y hasta primeros auxilios, dando la mano, el brazo y el pecho, al esfuerzo de guerra. Un Perú indio, cholo, mestizo, provinciano, acudió al clarín guerrero y en defensa de la patria cuando así se le demandó con el enemigo en la puerta de las ciudades que habían de invadir, saquear y asesinar. No obstante, el Soldado Desconocido y la Rabona Heroica dieron todo de sí y hasta hoy Perú no rinde el gran homenaje a que tienen pleno derecho los pueblos de toda la nación.