Por Jonathan Spyer

El portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, afirmó que el prestigio de Rusia está “en juego” con respecto a Siria.

La declaración de Carney recordaba una observación anterior del presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Hablando ante los periodistas, Obama manifestó: “No fui yo quien estableció la línea roja. El mundo fijó una línea roja”. Por tanto, continuó, no es su “credibilidad” lo que está en juego sino “la credibilidad de la comunidad internacional”.

Estas curiosas declaraciones reflejan quizá mejor que cualquier otra cosa la sensación de confusión que emana de Washington en relación a los acontecimientos de la semana pasada. Las declaraciones del presidente llegaron poco antes del sorpresivo acuerdo de Estados Unidos a una propuesta rusa que en apariencia obligaría a Siria a renunciar voluntariamente a su capacidad de producir armas químicas. Las palabras de Carney fueron dichas en los días posteriores al acuerdo.

Pero ambas afirmaciones contienen un esfuerzo inequívoco por desviar la atención, y transferir la responsabilidad.

Este esfuerzo ha caracterizado la respuesta de EE. UU. a la crisis siria, en general, y al uso de las armas químicas por parte del régimen, en particular.

¿Es “el prestigio de Rusia” lo que está en juego si Siria no coopera en abandonar su capacidad de producir armas químicas? La inocencia de esta observación debe haber provocado sonrisas sarcásticas en el Kremlin.

El prestigio de Rusia en el Oriente Medio procede de la sensación de que Moscú es un patrono fiel que permanece leal a sus clientes. Bashar Assad, de Siria, es el aliado de los rusos.

Por un momento la semana pasada, Assad estuvo genuinamente preocupado por su futuro. Pocos en Damasco creen en un ataque estadounidense; si ocurriera, seguiría siendo limitado.

El dictador sirio temía que los ataques estadounidenses se ampliaran inevitablemente, debilitando a sus fuerzas armadas y allanando el camino hacia la victoria de los rebeldes.

Todo eso ya pasó. Putin advirtió la enorme reticencia estadounidense a llevar a cabo una ofensiva de cualquier tipo (como se evidenció en las declaraciones de Obama, encima de la asombrosa promesa del secretario de Estado de EE. UU., Kerry, de que cualquier ataque sería “increíblemente pequeño”, etc.).

Por tanto, el mandatario ruso presentó una propuesta que sería lo suficientemente creíble como para hacer que su rechazo sea completamente ridículo. Washington aceptó alegremente la rama de olivo y se alejó de cualquier posibilidad de acción militar.

La credibilidad de Rusia —que ya está asegurada— no está en cuestión. Moscú ha garantizado la seguridad de su aliado y de su esfuerzo en la guerra.

El presidente ruso gana de cualquier manera

Así que ya es hora de volver a la guerra. La cuerda de rescate (de armamentos) de Rusia para el autócrata se ha convertido en un frenético hervidero, por su creciente actividad. El número de naves con armamentos que parten desde el puerto ucraniano de Oktabyrsk ha aumentado, en las últimas semanas, según los analistas de transporte marítimo. Los barcos traen los repuestos esenciales para los aviones y los tanques de Assad.

El dictador, por su parte, ha renovado su empresa bélica.

Recientemente reforzados, los aviones de Assad atacaron un hospital de campaña cerca de Alepo. Al menos once personas murieron, entre ellas un médico.

¿Qué se puede decir de la propuesta de Siria de ceder su capacidad de armas químicas? Vale la pena recordar los años de maniobras y ofuscación en la búsqueda de este tipo de armamentos en Irak, cuando el régimen de Saddam Hussein llevaba a los desventurados inspectores de la nariz de un lugar a otro, con ninguna consecuencia.

A diferencia del Irak de Hussein, de ese entonces, Siria es actualmente el ambiente perfecto para un déspota que quisiera restringir y prevenir el movimiento de los inspectores: es decir, una situación de guerra civil. “Usted está en medio de una guerra civil brutal donde el régimen sirio está masacrando a su propio pueblo”, dijo un funcionario de EE. UU. citado por Reuters. “¿Alguien piensa que van a parar de repente los asesinatos para permitir que los inspectores aseguren y destruyan todas las armas químicas?” Rusia se encuentra ahora en una situación de ganar o ganar (win-win).

Si, por cualquier razón, los sirios deciden desprenderse de una parte apreciable de su capacidad de producir armas químicas, el presidente Vladimir Putin podrá disfrutar de un aura de estadista. Después de todo, fue él quien propuso esta senda.

Y si, por el contrario, los sirios se muestran recalcitrantes y obstructivos, nadie va a culpar al presidente de Rusia. Putin siempre negó que el régimen usara armas químicas, en primer lugar. ¿Por qué iba alguien a pensar que a él le importaría si entregan las armas o no? En cambio, será visto como un logro más para sí mismo, mientras los estadounidenses se retuercen y tratan de justificar por qué no están retornando al camino de la acción militar, a pesar de que se desobedece la voluntad de la “comunidad internacional”.

Putin podrá reclamar el crédito en caso de que Siria cumpla, y en el caso de que los sirios desobedezcan.

Contrariamente a la afirmación de Obama, todo el mundo sabe que el presidente de Estados Unidos le marcó a Assad una línea roja sobre el uso de armas químicas. El mundo entero sabe que Assad burló esa línea roja. Y ahora todo el mundo sabe que se va a hacer muy poco al respecto.

No es sólo que el prestigio de Rusia no está en juego. Es que el prestigio de Estados Unidos está ahora en manos de los rusos. Putin puede hacer que la propuesta de armas químicas funcione o no funcione. Assad no está en posición de rechazarlo.

Putin, no Obama, gana de cualquier manera.

Es de suponer que la Casa Blanca espera que el presidente ruso elija ser benévolo.

Aurora, Tel Aviv 17-09-2013

http://www.aurora-israel.co.il/articulos/israel/Oriente_Medio/53702/


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