miguel angel rodriguez mckay 2Miguel Ángel Rodríguez Mackay

En anteriores columnas, luego de que Maduro lograra llegar al poder en Venezuela al margen del derecho, dejé en claro el riesgo que significaba para el país llanero un régimen sencillamente carente de legitimidad y sin legalidad.

El rigor de la historia como ciencia social nos enseña que los componentes estructurales para la vigencia y viabilidad de todo estado —el mejor modelo es el que emergió de la Paz de Westfalia— dependen necesariamente del orden jurídico que es la mejor garantía para el desarrollo del orden social; sin aquél, éste se convierte en un inexorable camino hacia la anarquía que es exactamente lo que está sucediendo en Caracas desde que Maduro se hiciera de las riendas del estado hace ya algo más de un año.

Si todo lo anterior no es una consecuencia de la exacta voluntad del soberano que es el pueblo, entonces la permanencia en el poder sea por corto o largo tiempo, como ha sucedido con las dictaduras que hemos visto pasar por América Latina en el pasado, de todas maneras tendrá un ocaso, y éste será lamentablemente violento, porque habiendo comenzado mal confirma el presupuesto de las fuerzas dialécticas de la historia, es decir, quien lo usurpa será defenestrado por la insurgencia social en actitud de sanción a quienes se valen del poder detentándolo sin la voluntad ciudadana se lo haya otorgado.

De allí que cuando este presupuesto constitutivo no está amparado en el derecho, todo se desploma como un castillo de naipes. Como en la emblemática jornada de octubre de 1788 donde fueron las mujeres parisinas las que llegaron a las puertas de Versalles exigiendo pan y libertad a menos de un año de la Revolución Francesa y fueron desarticuladas por la fiereza del despotismo del antiguo régimen todavía vigente, esta vez ha sido la juventud llanera, que no encuentra sino frustración en todos los órdenes de la vida social que les toca vivir, la que ha salido a las calles sin miedo a exigir exactamente lo mismo y ya sabemos cómo terminaron Luis XVI y su esposa María Antonieta, y con ellos, esa nobleza que los había mantenido en el poder apoyados en el derecho divino y absolutista, hoy insostenibles.

Digo más, esos jóvenes de Venezuela que deberían tener las mismas oportunidades e ilusiones como las tienen sus coetáneos de otros estados de la región, se sienten impotentes frente a un estado anquilosado con un gobernante incapaz de llevar adelante nada. Maduro no es ni siquiera un caudillo como lo fue Chávez; de él distante y distinto, pues carece de las virtudes mínimas para presidir los destinos de un país rico en petróleo y que paradójicamente –aquí si es igual a Chávez-, por el pésimo manejo en la explotación y venta de este recurso, y recetas estatistas y controlistas, ha convertido a su país en un estado empobrecido con un modelo económico absurdo e irresponsable. Maduro ha apelado, como todas las dictaduras, a la coerción y a la coacción para acallar a los jóvenes, cobrando tres muertos en la protestas del miércoles 12 de febrero, fecha que se convierte en adelante en el punto de partida de la primavera venezolana.

Es bueno que se hayan ensanchado los canales de la protesta llanera. Ahora junto a Henrique Capriles que le corresponde apoyar a las protestas de los jóvenes, Leopoldo López —que ha surgido como figura visible el 12 F—, deberán liderar sin detenimiento, sin bajar la guardia, el proceso para que Venezuela pueda lograr la libertad que le ha sido arrebatada. La ONU y la OEA, deberán estar atentas y considerar la acción internacional —más allá de las invocaciones que acaban de formular el Alto Comisionado de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos—, que es una excepción al principio de no intervención, si acaso la protección del bien jurídico máximo que es la vida deja ser una garantía en Venezuela.

La región y el Perú, también deben hacerlo porque está en juego la vigencia del estado de derecho que es la base para la convivencia social y América Latina, que no tiene un pasado de buenos ejemplos en el mantenimiento de las reglas democráticas, en estos tiempos de globalización no puede sostenerlos ni hacerse de la vista gorda como en el caso de Venezuela con Maduro en el poder.

* Internacionalista. Decano de la Facultad de Derecho, Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Tecnológica del Perú. Profesor de Política Internacional de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos