¡San Dionisio se jala los pelos!
¡San Dionisio se jala los pelos!
por Herbert Mujica Rojas
Cuando ayer temprano, terminaba San Dionisio de leer La Primera y particularmente la columna que en su segundo capítulo entregó al público César Hildebrandt, los demonios —no tan raros en un hombre de acrisolada santidad— e imprecaciones, todo al alimón de espuma babosa, lisuras mil, puntapiés al periódico y mentadas de madre al por mayor a sus más íntimos secuaces, afloraron en la boca de uno de los dueños del Perú contemporáneo. ¡Sí, el banquero de los banqueros, bufaba rabioso su ira contra el diario y el colega que está recordando sabrosos pasajes en que — hay que decirlo con reconocimiento al mérito inverso— Dionisio Romero Seminario obedece como perro faldero, las indicaciones delincuenciales de su colega, Vladimiro Montesinos Torres.
por Herbert Mujica Rojas
Cuando ayer temprano, terminaba San Dionisio de leer La Primera y particularmente la columna que en su segundo capítulo entregó al público César Hildebrandt, los demonios —no tan raros en un hombre de acrisolada santidad— e imprecaciones, todo al alimón de espuma babosa, lisuras mil, puntapiés al periódico y mentadas de madre al por mayor a sus más íntimos secuaces, afloraron en la boca de uno de los dueños del Perú contemporáneo. ¡Sí, el banquero de los banqueros, bufaba rabioso su ira contra el diario y el colega que está recordando sabrosos pasajes en que — hay que decirlo con reconocimiento al mérito inverso— Dionisio Romero Seminario obedece como perro faldero, las indicaciones delincuenciales de su colega, Vladimiro Montesinos Torres.