El Tratado de 1929: el tratado de la traición a Tacna y Aricamorro arica

El tratado de 1929

Muchos creen que en 1929 el Perú, débil y aislado, no tenía otra alternativa que la aceptación de una ruptura en la continuidad geográfica, histórica y económica del pequeño territorio de Tacna y Arica. ¿Fue ésa la realidad de entonces? Si lo era, había que darle un puerto a Tacna. Leguía aceptó la fórmula representada por la salida al mar en la zona de La Yarada. Hasta allí obró con lógica dentro de su estrategia. Esta solución era mejor que la posteriormente adoptada. Pero, de modo brusco, opinó que no era viable establecer un nuevo puerto seguro y apropiado. Figueroa Larraín envió el 16 de abril de 1929 el cablegrama confidencial número 90 con un texto que ante los tacneños, ante los ariqueños, ante los peruanos y ante la historia resulta feroz: “Como se ve, U.S. estaba en lo cierto al venirme asegurando que el señor Leguía no quería el puerto sino el dinero”.[1]

Así fue como llegó a ser aceptado el memorándum chileno según el cual ese país otorgó al Perú, dentro de los 1575 metros de la bahía de Arica, un malecón de atraque para vapores de calado y para su aduana y, en ésta, un terminal de la vía férrea de Tacna, todo construido por cuenta de Chile; establecimientos y zonas donde el comercio y el transito peruanos gozarían de la independencia del más amplio puerto libre. Esos ofrecimientos fueron luego especificados en los artículos 5.o y 6.o del tratado del 3 de junio de 1929. En el mismo pacto, el articulo 11.o ordenó la construcción en el Moro de Arica de un monumento a la paz. La cláusula 3 del protocolo complementario señaló que debían ser retirados los viejos cañones que en ese histórico lugar eran exhibidos. Sin embargo, ellos pueden ser vistos actualmente en las plazas de la misma ciudad.[2]

Nada eficaz y práctico se dijo en ninguno de aquellos solemnes documentos acerca de las facilidades necesarias y permanentes en relación con los pasajeros, los equipajes, las relaciones económicas y el tráfico diario entre Tacna y Arica. La división de ambas provincias sólo hubiera podido ser aceptable con el establecimiento sólido de dichas garantías. Tampoco —inmenso error que implicaba una ingratitud— el gobierno peruano dedicó inmediatamente un centavo de los 6 millones de dólares que recibió para invertirlos en beneficio de Tacna amputada. Sólo algunos años después, ya bajo un régimen político distinto, unas gotas de ese torrente cayeron sobre aquel suelo ávido. [3]

El tratado de paz de 1929 otorgó además al territorio chileno las azufreras del Tacora y sus dependencias que no pertenecían a la provincia de Arica. Según dijo el embajador Figueroa Larraín, los propietarios de ellas eran chilenos. Así quedo separada Tacna de su cerro tradicional. Y, sobre todo, fue interdicta una fácil vía entre esa ciudad y Bolivia mediante un habilísimo acto cubierto con las vestiduras de la inocencia. Leguía no sugirió siquiera la idea de que los propietarios antedichos transfieran sus derechos.

No se dio el trabajo de buscar informes detallados sobre la realidad económica de la ciudad y de la zona que el Perú recuperaba y acerca del futuro de ellas. Tacna quedó como el único departamento costeño del Perú sin puerto. Se habla de la mediterraneidad de Bolivia; Tacna es mediterránea. Y así, bajo las condiciones más desfavorables, cuidadosamente ocultadas por las apariencias de un tratado en el que los dos antiguos rivales efectuaban concesiones idénticas, volvió el terruño de Vigil y de Inclán a la patria heredad entre discursos fraternos y desbordes de champaña. Más tarde, cuando Ríos Gallardo llegó a Lima como entusiasta Embajador de Chile, celebró entrevistas con Leguía y algunos de sus funcionarios en torno a las relaciones comerciales entre los dos vecinos reconciliados. Se habló de establecer sociedades mixtas para la explotación del petróleo y el azúcar, esto es, de dos productos peruanos; de unificar las flotas mercantes (la nuestra era mucho más débil); de formar una empresa aérea común; de rebajar los derechos en los aranceles por etapas; y de marchar sin trastornos hacia una unión aduanera entre Chile, Arequipa, Puno, Cusco, Moquegua y Tacna. Nada de eso se concretó, al derrumbarse el régimen leguiista en agosto de 1930.

Y ¿qué vino después? Tacna, “la ciudad heroica”, “el altar de la peruanidad”, según los discursos que se prodigan, sobre todo en el mes de agosto, no fue en realidad sino una nueva zona periférica, sometida al colonialismo interior emanado de Lima. La estructura del Estado y de la economía semicapitalista, y los varios organismos que poseen, de acuerdo con el modelo estatal, una estructura jerarquizada y centralizada, fomentaron los desniveles que en sí llevaba la interiorización de esta lejana vida provinciana cuya población resultó así, como masas, otra minoría nacional. Producida la creciente emigración que llega de Puno, nada se hizo por detenerla o por concentrarla, o por integrarla a la tacneñidad; nada por supervigilar lo que tras ella se oculta de contrabando, de manipulación de drogas, de alejamiento en relación con la identidad nacional. No hubo planes coherentes y sistemáticos para el desarrollo de Tacna, proceso que no consiste únicamente en la necesaria tarea de darle agua, es decir, “pintar de verde” su tierra, sino depende de lo que investiguen conjuntamente los etnohistoriadores, los antropólogos, los geógrafos, los sociólogos, los economistas, los lingüistas, los educadores, trabajando con libertad y eficacia sobre el submundo urbano inflado por el éxodo rural proveniente de los Andes del Sur y sobre el campo en cuyas parcelas diminutas la reforma agraria ha hecho enmiendas no siempre justas ni atinadas.

Fuente: Jorge Basadre, La vida y la historia, tercera edición, 2007, XXIV. El tratado de 1929, Pág. 397-400


[1] Rios Gallardo, Conrado: Chile y Perú: Los pactos de 1929. Santiago: Editorial Nascimento, 1959, p. 309.
[2] En la cumbre del Morro están un museo militar, la tumba del soldado desconocido chileno y un busto de Arturo Prat con la siguiente inscripción:
Capitán Prat, Padre Nuestro/ desde el firmamento de tu gloria / derrama luz inextinguible sobre / los senderos de Chile, para que sea / grande y feliz en la paz, y si / algún día el huracán de la / guerra azota el suelo patrio, / condúcenos con los destellos / de tu espada indómita hacia / donde se triunfa o se muere. / La Armada a la ciudad de Arica / 21 de mayo de 1955
[3] Sobre la inexactitud de la versión según la cual tácitamente el tratado de 1929 abrió el camino para una ulterior salida de Bolivia al mar a través de Arica, véase el libro Apertura de Jorge Basadre (Lima, 1978). Conrado: Chile y Perú: Los pactos de 1929. Santiago: Editorial Nascimento, 1959, p. 309.

http://tacnacomunitaria.blogspot.com/2011/08/el-tratado-de-1929-el-tratado-de-la.html


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