5 de junio de 1880. 06:00 am. El ejército chileno rodea Arica, la ciudad peruana, por tierra y por mar. El agresor es muy poderoso, tiene casi siete veces más hombres que los que defienden el morro y su armamento es muy moderno. La playa está bloqueada por la escuadra chilena que ha bombardeado intensamente las baterías que defienden el morro, intentando en vano acallarlas. Con la pérdida del Huáscar y la Independencia, el Perú se ha quedado sin flota. La camanchaca, la densa neblina que cubre todo de noche, se va evaporando lentamente.

casa de la respuesta

Foto actual de La Casa de la Respuesta. El Chinchorro. Puerto de Arica. En ella se produjo la entrevista entre el mayor Juan Salvo y el coronel Francisco Bolognesi el 5  de junio de 1880. Esta casona es propiedad del Perú y aún hoy sobre ella flamea nuestra bandera.

En el extremo sur, en el improvisado fuerte San José, defendido por lo que queda del batallón Tarapacá, el vigía peruano de guardia da el toque de ¡alerta! Se aproxima un grupo de jinetes portando bandera blanca. Al llegar frente al emplazamiento se detienen; el corneta chileno toca atención. El  jefe del fuerte peruano, el teniente coronel Ramón Zavala, a galope tendido, llegó a la tronera del vigía.

Parlamentarios, mi comandante —le informa el vigía.

Zavala coge su largavista y lo enfoca al grupo: reconoce al mayor chileno Juan de la Cruz Salvo acompañado por dos oficiales, un corneta y dos carabineros. Con Zavala ha llegado el comandante Ayllón, quien le dice:

—¡Qué solo pase uno y con los ojos vendados!

Zavala ordena a su asistente que informe inmediatamente al coronel Bolognesi de la llegada de los parlamentarios. Luego, acompañado de dos oficiales, dos sargentos y un corneta, salió al paso de los chilenos. Cuando los dos grupos estuvieron a 100 metros de distancia, frente a frente, hicieron alto. Después, a paso lento, solo avanzaron al encuentro el mayor Salvo y el comandante Zavala. Cuando estuvieron a dos metros, ambos se pararon y se saludaron militarmente.

Señor, por orden del jefe de mi ejército, vengo a solicitar una entrevista con el jefe de la plaza de Arica —dijo Salvo.

Lo conduciré ante el coronel Bolognesi, pero tendré que vendarle los ojos —respondió Zavala. Salvo hizo una venia de aceptación.

Zavala cogió las riendas del caballo de Salvo y lo condujo hasta la vieja casona del Chinchorro, donde se ha establecido la comandancia militar de Arica. El emisario chileno ingresó al amplio salón donde lo esperaba Bolognesi.

Buenos días, señor —saludó Salvo al encontrarse frente a Bolognesi.

Buenos días, señor —contestó Bolognesi, haciendo un gesto para que Salvo tomara asiento.

Lo escucho, señor —dijo el jefe de la plaza militar de Arica.

Señor, el general Baquedano desea evitar un inútil derramamiento de sangre y me envía a pedir la rendición de esta plaza. Conocemos sus recursos en hombres, armas y municiones. Si capitula, el ejército peruano deberá entregar todas las armas y evacuar la plaza;  el jefe y todos los oficiales conservarán sus espadas, lo mismo que las unidades sus banderas y saldrán con sus tropas en desfile, recibiendo  honores militares.

Bolognesi se paró. Mirando fíjamente al mensajero chileno le dijo:

Dígale usted al general Baquedano que tengo sagrados deberes que cumplir y que los cumpliré hasta quemar el último cartucho.

He cumplido mi misión, señor —respondió Salvo y cuadrándose ante el jefe de Arica,  hizo una ligera venia, dio media vuelta y se retiró.

Al salir, el comandante Zavala le volvió a vendar los ojos y lo condujo hasta la salida del fuerte San José, donde esperaba la comitiva chilena.

¡Marino! —llamó Bolognesi.

Inmediatamente ingresó el alférez Casimiro Marino, que era su asistente de guardia.

¡A la orden, mi coronel —contestó el joven oficial del Granaderos de Tacna.

Convoque a Junta de Comandantes, ¡inmediatamente! —ordenó Bolognesi.

Sí señor, con su permiso.

El corneta, que se hallaba en el patio del Chinchorro, tocó llamando a reunión de comandantes, mientras la gran campana de la catedral empezó a resonar.

En contados momentos llegaron a la comandancia los jefes de los batallones que defienden Arica: el marino Guillermo More, los coroneles Inclán, Varela, Arias Aragüez, Ugarte, Bustamante; los  comandantes Sánchez Lagomarsino, Sáenz Peña, Ayllón, Cornejo, De la Torre. 

Bolognesi los  invitó  a tomar asiento.

El jefe de la plaza les informó de la oferta de capitulación y de la respuesta que  había dado. También les dijo:

Señores: no quiero presionar vuestras conciencias, porque los sacrificios no serán idénticos. Ya he vivido sesenta y tres años. ¿Qué más puedo desear que me llegue la muerte defendiendo  el honor y la dignidad de mi patria? Hay entre ustedes muchos hombres jóvenes, que pueden ser útiles al país y podrán  servirlo en el porvenir. Autorizo a quien desee  dejar la plaza; lo hará libre de toda responsabilidad; no quiero arrastrar a nadie al sacrificio

Un silencio absoluto cubrió el salón de la comandancia de Arica. Los oficiales miraron al comandante More y le hicieron una venia, autorizándolo a hablar en nombre de todos. More comprendió el mensaje. Inmediatamente se paró; todos los oficiales hicieron lo mismo. Se cuadró ante Bolognesi, golpeando sonoramente los tacos de sus grandes botas, lo saludó militarmente,  y le dijo:

Mi coronel, la guarnición de Arica se siente orgullosa de la respuesta que ha dado su jefe al emisario chileno; lo respalda  y hará lo que usted ordene. ¡Arica no se rinde y peleará hasta quemar el último cartucho!

Luego gritó:

—¡Subordinación y valor!

Con un  rugido, que más que del pecho les salió del fondo del alma, los oficiales respondieron al unísono:

¡Viva el Perú!

Bolognesi, conteniendo la emoción, abrazó a cada uno de sus oficiales. Luego,  les ordenó:

Señores ¡A sus puestos de combate!

El resto del día fue muy ajetreado, en grandes carretones desde los polvorines se trasladó hasta los fuertes y trincheras municiones para los soldados y obuses para los cañones. También se acarreó agua, se improvisaron botiquines, se erigieron puestos de primeros auxilios, se acumularon sacos de arena en los parapetos, se cavaron más trincheras.

A media tarde, el asistente de Bolognesi, ingresó a la sala de comando.

Con su venia mi coronel, vengo a formularle una petición.....

Dime Casimiro... ¿de qué se trata?

Mi coronel, como usted sabe, muchos oficiales, clases y soldados no han tenido oportunidad de formalizar sus compromisos con sus novias o con sus concubinas y solicitan vuestra autorización para que se realice una misa hoy, a las seis de la tarde, en la que desean formalizar su unión matrimonial  antes de la batalla.....

Sorprendido, el jefe le respondió:

Por supuesto Casimiro, por supuesto… te pido que en mi nombre solicites al párroco y al alcalde para que se realice el oficio y se formalicen los compromisos.

También deseamos presentarle otra solicitud, rogando nos perdone el atrevimiento, señor…

Dime....

Quisiéramos merecer el honor  que el Jefe de la Guarnición de Arica sea nuestro padrino…

El viejo militar se levantó, se acercó al joven asistente, lo abrazó con afecto, mientras le decía:

El  honor es para mí, Casimiro. Accedo con todo cariño… ve, organiza todo lo que sea necesario. Avisa a  los comandantes y diles que les pido que me hagan el favor de acompañarme, pero que no descuiden la vigilancia y que redoblen la guardia y los vigías. Todos los asistentes deben portar sus armas y estar listos para regresar a sus posiciones si así fuera necesario.....ve, hijo, que el tiempo apremia…

Al caer la tarde, la gruesa neblina que arrastra desde el sur la camanchaca, empezó a cubrir toda la ciudad. El frío de junio hacía temblar a los que se hallaban a la intemperie.

Una multitud se dirigió hacia la catedral de Arica, cuyo atrio estaba débilmente iluminado. Cuando se abrieron las grandes puertas del templo, los novios ingresaron primero y se colocaron a la derecha. Alguno eran jóvenes oficiales, la mayoría clases y soldados.

Luego entraron las novias. Unas llevaban blancos trajes de novia, sacados apresuradamente de los arcones de las madres y de las abuelas; otras algún vestidito blanco de domingo. La mayor parte vestía  largas faldas negras e impecables blusas blancas, las trenzas bien peinadas. Algunas iban descalzas y otras llevaban pequeños críos de brazos. Todas portaban en las manos un ramito de flores, a manera de bouquet.

Al frente, en impecable uniforme de gala, iba el jefe de la plaza de Arica llevando del brazo a la joven Amalia Corro, la novia del  alférez  Casimiro Marino. Los jefes de las unidades de la  guarnición venían a continuación llevando también del brazo a otras novias.

Desde el coro de la catedral, un órgano, acompañado de cinco violines empezó a entonar la marcha nupcial.

Cuando se inició la homilía, el párroco de Arica narró las bodas de Canàan y su significado, pero poco a poco el discurso fue transformándose para recordar la batalla de las Termópilas y la fiera decisión de los trescientos espartanos que detuvieron a las tropas de Jerjes. Igualmente recordó la invocación de las esposas y madres que al despedir a los combatientes que salían a dar batalla, les pedían que regresaran con el escudo o sobre el escudo. Todos los asistentes comulgaron. Era muy extraño ver a los militares arrodillados, sosteniendo con la izquierda sus largos fusiles o los sables de combate, mientras con gran contrición recibían la hostia. Era absolutamente inusual entrar a misa con armas, pero el párroco comprendió la orden dada por el comandante de la plaza y autorizó el ingreso la iglesia de esta manera.

Al concluir la ceremonia, los flamantes cónyuges salieron bajo los arcos formados con espadas que los oficiales de la guarnición cruzaron como homenaje a los recién casados.

En el atrio se improvisó un brindis. Luego la banda del batallón Artesanos de Tacna rompió a tocar el vals de los novios.

Después de bailar, todos se despidieron en medio de abrazos. Las parejas se fueron con cierta prisa. Los oficiales habían comunicado a los recién casados que el permiso concluía a las cuatro de la mañana y que, a esa hora, todos debían estar en sus puestos de combate.

Esa noche, las parejas la vivieron como la víspera del fin del mundo, la noche anterior a la hecatombe final. Con angustia, con dolor, con pasión desenfrenada, cada instante fue el más importante y también el más triste de sus vidas.

A las cuatro de la mañana, un murmullo empezó a crecer como una gran ola, como un tsunami que se aproxima a la costa. Fue repetido por todas las bocas: ¡Vienen los chilenos!

 

Nelson Coronel Marino

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Basado en  el Cuaderno de Apuntes:

50 Años Defendiendo al Perú de Casimiro Marino Ara, alférez del Batallón Granaderos de Tacna. Concurrente a las batallas de Tarapacá, Alto de la Alianza, Arica. Dirigente de la resistencia peruana entre 1885-1929 en Tacna Ocupada.


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